La bandera del Principado de Asturias |
Cuando al prestigioso periodista italiano Indro Montanelli se le concedió el Premio Príncipe de Asturias, él mismo confesó sentirse nervioso por el momento en que debía recoger el premio de manos de su Alteza Real, pues que España tenía fama de solemnes protocolos. Yo, sin pretender compararme con tan ilustre escritor, me veo en circunstancias parecidas ante el compromiso de iniciar esta escueta introducción a la breve historia sobre la Monarquía Asturiana. Sin que ello sirva de excusa ante los más que posibles errores que se puedan hallar, quien intenta realizar un estudio sobre los reyes asturianos se encuentra con la ardua tarea de hacer frente a unas historiografías en exceso subjetivas, cuando no alteradas. En las crónicas de tiempos del Rey Magno, Alfonso III, se encuentra una gran cantidad de versiones y visiones encaminadas a ensalzar la acción restauradora de un orden político y religioso humillado y desaparecido con la llegada de la religión islámica y sus propagadores. Las referencias a este reino asturiano por parte de la España musulmana son más bien escasas, las carolingias lo son aún más.
Críticos y estudiosos del tema, algunos de ellos de renombre, tampoco se ponen de acuerdo sobre le fecha en que se produjeron algunos acontecimientos, llegando a disentir de forma abultada con respecto a las causas y consecuencias. Incluso hay quienes ponen en duda la existencia de algunos personajes o de algunos hechos, al menos tal como se nos han sido transmitidos, aunque no llegan al punto de negar por completa dicha existencia. En donde sí parece que se aproximan todos es a la hora de describir la situación social, económica y religiosa del pueblo astur [o ástur, según otros apuntes], a pesar de que en ciertos puntos sigue habiendo alguna discrepancia: desde los límites territoriales con sus divisiones correspondientes, hasta los pobladores de cada zona o comarca y sus explotaciones agrícolas y ganaderas. Se podría afirmar que esta época representa la visión que de la Edad Media tiene el ciudadano de hoy día: un lapsus de oscuridad que se interpone entre la brillantez del Imperio Romano y el resurgir italiano del Renacimiento; época de fanatismo religioso, de feudalismo inquietante, de transición entre el dominio aplastante de Roma y la formación de los estados actuales. Si bien todo esto, también cabe mencionar que tales ideas van siendo trocadas poco a poco y aquella época ya no es tan oscura ni tampoco una simple transición.
Por si todo esto fuera poco, también hay que tener en cuenta las leyendas y mitos surgidos entonces o poco más tarde, sobre todo en ámbitos rurales y poco contaminados por la influencia religiosa o política; pero también en los territorios palaciegos y de cierta cultura, donde se fraguan conceptos y se materializan ideas con un claramente político y religioso. Tales leyendas pueden ayudar a entender algunos aspectos del sentir cotidiano, de los rumores, ciertos o no, que andaban en boca de todos; en cierta medida estas leyendas aportan datos que, manejándolos con el debido cuidado, pueden arrojar alguna luz sobre el oscuro pozo de estos dos siglos de reinado asturiano.
Una última acotación: se ha pretendido acercar al lector a aquellos tiempos mediante los topónimos medievales en su mayoría. En cuanto a los nombres personales, se ha optado por emplear la forma actualizada; con respecto a los arábigos, ya que existe una gran variación a la hora de alfabetizarlos, se ha procurado seguir una línea única, si bien existen otras formas de transcripción. Así pues, una vez advertido el peligro que supone adentrarse por las callejuelas en penumbra de los reyes asturianos, vayamos con paso firme y decidido hasta donde nuestra paciencia aguante. Digamos con Alberto Porlan, que “el estudio de la Reconquista es un gran rompecabezas jalonado por una sucesión de hechos mal documentados. La mayor complicación reside en que estos tenían lugar en distintos ámbitos. No se trata de analizar un enfrentamiento permanente y homogéneo entre árabes musulmanes y cristianos europeos. También había europeos musulmanes, árabes cristianos y musulmanes no árabes. Y cristianos enfrentados a cristianos y musulmanes enfrentados a musulmanes. Y judíos, contra los que a veces se enfrentaban todos.”
Localización actual del Principado de Asturias |
El
valle del río Saelia (Sella), habitado desde antiguo por la tribu de los
vadinienses, ya supuso un foco de resistencia importante a la expansión del
poder romano. Sobre si los vadinienses eran asturianos o cántabros [cuestión
fútil y, para el caso, totalmente intranscendente] caben pocas dudas; aunque en
aquella zona se hallaban unos y otros conviviendo en una misma parcela, parece
ser que los vadinienses son descritos como cántabros más que como astures.
Ahora bien, esta división entre astures y cántabros resulta del todo aleatoria,
dado que en aquel tiempo la franja norteña estaba ocupada por una gran diversidad
de tribus, casi todas ellas de ascendencia celta o con importantes contactos
con esta cultura centroeuropea. Más que hablar de divisiones entre astures y
cántabros habría que hablar de vadinienses, luggones, paesicos, orgenomescos,
etc. Al fin y al cabo, con la presión romana y la posterior visigoda unos y
otros se concentrarían en la misma comarca, lo cual indica, a su vez, que
poseían una impronta de pertenecer a un único pueblo, una especie de
confederación de tribus sin que mediara una visión parcial del territorio como
actualmente poseemos.
El
caso es que la romanización apenas si repercutió en muchos de estos lares, si
bien al poder imperial se deben las rutas más importantes de comunicación con
la meseta castellana, probablemente siguiendo un modelo anterior, sendas por
donde las tribus norteñas se comunicaban con el sur [no olvidemos que si roma
logró mantener su imperio durante tanto tiempo y dejar una impronta de tanta
importancia, ha sido gracias a su sistema vial, único en toda la historia de la
humanidad].
Por
un lado estaba el paso por el puerto Pajares, desde el campamento de la Legio
VII Gemina (León). Así, partiendeo de Legio se remonta el río Bernesga hasta
llegar al puerto y desde ahí hacia Cornellana, Campomanes, el valle del río
Lena, Vega del Ciego, valle de Ujo, Mieres y Lucus Asturum (Lugo de Llanera)
para terminar en Gigia o Jigione (Gijón). Un segundo itinerario partía desde
Villablino y a través de Ponferrada y Las Médulas llegaba al puerto de
Leitariegos. Entre estos dos puertos se hallan otros varios, de entre los
cuales el más afamado ya desde aquellos tiempos es el del puerto de la Mesa.
Había dos rutas posibles: desde Asturica Augusta (Astorga) por La Carrera,
Castillo de Cepeda, Vegarienza o Riellos, la cuenca alta del río Luna, Las
Ventas, Villafeliz, Puente Orugo, San Emiliano, Candamuela, Genestosa o
Torrebarrio y, finalmente, Torrestío [a unos tres kilómetros del puerto de La
Mesa]; la otra senda parte de Villadangos de Páramo para remontar el río
Órbigo, luego atraviesa Villanueva de Carrizo, Cimares de Tejar, Espinosa, La
Magdalena, el valle del río Luna, Los Barrios, Láncara, Sena, Ventas de
Villafeliz y, por último, se une a la otra senda en San Emiliano. No podemos
omitir otro punto estratégico militarmente y que tuvo su importancia en los
primeros compases de la conquista legionaria: el paso por el cordal de
Carraceo, entre los concejos de Aller y Lena [que, curiosamente, también tendrá
su relevancia durante la invasión árabe y el posterior surgimiento del reino
astur].
Además,
los romanos dejaron su huella en forma de explotaciones mineras y de villas; eran éstas territorios dominados
por un señor que poseía una casa alrededor de la cual se hallaban los
barracones para el ganado y los aperos de labranza, el almacén para los frutos
campestres y una serie de huertos, jardines y praderías. Así, cuando los
visigodos se hicieron con las tierras hispanas, las norteñas estaban ligadas a
estas villas, donde se cultivaban
árboles frutales [sobremanera el manzano, de cuyas excelencias ya hablaba
Plinio el Viejo, aludiendo a la bebida que de ellas se extraía y que menciona
como sicera (léase síquera)], cereales y viñedos;
también persistían los terrenos montaraces y los pastos para la ganadería. De
todo ello destaca la proliferación de viñedos y pomaradas, el ganado vacuno y
el ovino, y el asturcón [admirado por sus contemporáneos romanos], muy
apropiado para los trabajos campestres y para aguantar las condiciones
climáticas de la región.
Una
vez más, la zona vadiniense que la que con más empeño se opuso al dominio del
nuevo invasor centroeuropeo, los godos. Según es tradición, el motivo tal vez
lo haya que buscar en la menor romanización de este norte peninsular, en donde
continuaban en vigencia muchas de sus ancestrales normas y usos, en contraposición
con el resto de la península visigoda. Ese carácter sería lo que les mantuvo en
constantes revueltas e insurrecciones al punto de que en el siglo VI se puede
hablar de reinos independientes: por un lado el de Toledo y por otro el
conformado por el centro y occidente de Asturias, Cantabria y parte
septentrional de Burgos. Poco a poco la diferenciación se va acentuando, las
tierras se parten y comienza a proliferar el minifundismo, siendo el sistema
feudal prácticamente desconocido, mientras que del esclavismo apenas si hay
noticias. Los antiguos ritos religiosos mantienen su validez frente a la escasa
influencia cristiana; la nueva religión era introducida no por obispos o
sacerdotes, sino por anacoretas que iban en busca de cuevas o lugares consagrados
por el paganismo. Socialmente la mujer ocupaba una posición muy alta, en una
especie de matriarcado un tanto laxo, pero que habrá de marcar el sistema
sucesorio del reino hasta el siglo IX.
Ante
las constantes incursiones de los pueblos transmontanos, el rey visigodo decide
establecer al sur de la Cordillera Cantábrica una serie de ciudadelas o
fortalezas defensivas que impidieran el pillaje de las tierras meseteñas. Mas
la política de defensa visigoda habrá de cambiar con Leovigildo. Éste se
enfrentará abiertamente a los suevos, qu4e estaban asentados en la zona
galaica. En el año 585 Leovigildo los derrota, lo que permite a los visigodos
la penetración en Asturias. La dominación visigoda está marcada por las
frecuentes rebeliones de la nobleza asturiana y cántabra, como por ejemplo
cuando Sisebuto envió al duque Riguila para aplastar una sublevación asturiana
en 612 o cuando, tres años después, el futuro rey Suintila fue enviado contra
los roccones. Este estado continuo de rebeldía llega a su fin en 642, cuando
accede al trono toledano Chindasvinto. Este rey, para debilitar la resistencia
norteña, divide la zona en dos administraciones distintas: la Asturiensis y la
Cantabriae [reforma terminada por su hijo Recesvinto, que había sucedido a su
padre en 653, y que aún perdura hoy en día, casi un milenio y medio después]. Durante
esta época visigoda se produjo un cambio climático importante: la temperatura
bajó y llegó a la cornisa cantábrica un clima húmedo con frecuentes lluvias y
nevadas. Este cambio climático favoreció la proliferación de una vegetación
espesa y abundantes pastos, lo que incrementó la ganadería. Este hecho, unido a
la división administrativa antes mencionada, produjo una gran dispersión de la
población, ayudada por la orografía, que, por otra parte, imposibilitaba el
comercio con la Meseta. De nuevo las circunstancias dificultaban la
visigotización y la penetración del cristianismo, por lo que los rituales
paganos conservaron su impronta, bien de forma aislada o bien en mezcolanza con
el culto visigodo.
Muy
lejos de aquellos parajes, a principios del siglo VIII, algo se movía en el
norte de África: un ejército que avanzaba imparable bajo el emblema de la media
luna a las órdenes de Musa ibn-Nusayr [nombrado gobernador de Egipto y Túnez
por el califa de la lejana Damasco, al-Walid]; esta masa bélica llegaba a Tingi
(Tánger) y la ocupaba sin mayor dificultad en 707. Musa nombra, a su vez,
gobernador de esta ciudad a Tariq ibn-Ziyad. Tres años después, aprovechando
las luchas civiles por el trono visigodo en la península ibérica, una
expedición musulmana al mando de Tarif ibn-Malluk [según otros autores, Tarif
Abu Zora] desembarca en Chazirat Tarif, que se traduce como Isla de Tarif
(Tarifa), con apenas cuatrocientos hombres. Después de una rápida expedición de
rapiña regresa al continente africano. Mientras tanto, en Hispania Witiza y
Rodrigo, duque de la Bética, se enzarzan en una lucha fratricida por alzarse
con el solio toledano, resultando ganador el primero de ellos, Witiza; pero,
cuando el nueve rey muere, la lucha continúa con su hijo Akhila II y el propio
Rodrigo. La nobleza hispana se divide entonces en dos bandos [como dato
curioso, de entre los que apoyaban a Rodrigo estaba un tal Favila, noble de
linaje asturiano, que en la lucha acaba muriendo a manos de los partidarios de
Akhila; de su hijo, Pelayo, hay quienes dicen que llegó a ser espatario,
guardia personal, del propio Rodrigo]. Por fin, parece que el duque de la
Bética consigue hacerse con el trono, pero Akhila no se da por vencido y acude
al gobernador africano Musa. A finales de la primavera del año 711 un ejército
musulmán compuesto por once mil soldados está dispuesto para intervenir en el
conflicto sucesorio toledano. El conde Julián, gobernador de Ceuta y a la sazón
partidario de Akhila, permite a las tropas musulmanas partir desde su
territorio [luego excusará su actuación aduciendo que se trataba de una
venganza personal contra el rey Rodrigo, pues éste habría abusado de su hija en
Toletum (Toledo)]. Así pues, Musa pone al frente del ejército al gobernador de
Tingi, el bereber Tariq [para otros autores sería un tal Abjar-Maymu’a Tarif] y
las tropas toman tierra en un promontorio de Calpe, Chabal al-Tariq, traducido
como Monte de Tariq (Gibraltar). En aquel momento Rodrigo se hallaba
combatiendo en Pompaelo (Pamplona), mas, en cuanto tuvo noticias del desembarco,
acudió a su encuentro previendo la importancia de la contienda. El 26 de julio
de 711 ambos ejércitos se encuentran a orillas de la laguna de La Janda, al
este de Vejer. La batalla, conocida por la de Guadalete, inclina la balanza
hacia el lado musulmán, que acaba destrozando las huestes cristianas, para
continuar la invasión sin apenas hallar quien se oponga. En tan sólo tres años
el ejército se halla ante las murallas de la Cordillera Cantábrica.
Al
igual que habían hecho los visigodos, los nuevos invasores se internan por la
comarca galaica hasta llegar a la costa. Estamos en 714 y Musa decide entrar en
Asturias desde Lucus Augusti (Lugo), según cuenta el texto escrito por
al-Makkeri. En el itinerario probable que siguieron, debieron de haber pasado
por Fonsagrada, Grandas de Salime, Pola de Allande, Tineo, Salas, Cornellana,
Grado… No obstante, no consta en ningún escrito hasta dónde siguieron
penetrando las tropas; de todas formas, se sabe que pronto (716) Otman
ibn-Neza, Munuza, que había sido compañero de armas de Musa, es nombrado valí
de Gigia por el nuevo emir de la Colonia Iulia Romula Hispalis (Sevilla),
llamado al-Hurr ibn-al-Rahmen Atsakafi, quien al año siguiente traslada la
capital a Colonia Patricia Corduba (Córdoba).
Al
igual que en ocasiones anteriores, la comarca de los vadinienses vuelve a
mostrarse como un foco de constante rebeldía, hostigando a Munuza con episodios
de rapiña y bandolerismo, que se intensifican en los alrededores del monte
Auseva. Entre estos astures insurrectos se hallan algunos visigodos huidos de
la influencia musulmana.
Extensión y orografía del actual Principado de Asturias |
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