sábado, 22 de junio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un sueño hecho realidad (I)

               El diecisiete de septiembre del año 791 Alfonso, hijo de Fruela I y nieto de Alfonso I, es proclamado rey de las Asturias. La primera decisión que toma el nuevo monarca es trasladar la capital del reino desde Flavionavia hasta Oveto, lugar  en el que había nacido hacía veinticuatro años, fruto del enlace del entonces rey Fruela y su esposa Munia. Es el año en que Hixem I sufre un revés en su política, pues se producen algunas revueltas independentistas en su emirato, evento que aprovecha Alfonso II para anunciar al emir su propósito de anular el pago del tributo concertado por sus antecesores en el cargo. El rey Casto, como se apodó a Alfonso II, ha arrojado el guante e Hixem I lo recoge. No se demora en la acción y envía apresuradamente una expedición de castigo por tierras alavesas, aunque no dio el resultado positivo que buscaba. Ante esta coyuntura el cordobés se abstiene de nuevos enfrentamientos armados hasta no haber zanjado antes las insurrecciones en su propio territorio.
El rey Alfonso II
                En cuanto al conflicto religioso entre los partidarios del adopcionismo y sus detractores, Carlomagno promueve un concilio en Ratisbona (792) para dirimir tales disputas continuadas [habrá otros dos concilios en los años 794 y 799 en Francfourt y Aquyisgrán respectivamente, antes de que el adopcionismo acabe siendo condenado].
                Las incursiones musulmanas en territorio astur serán una constante, si bien sólo las primeras causarían grandes estragos en la moral cristiana. Una de estas aceifas fue la del año 794. Hixem I pone al frente de las tropas a Abd al-Melik ibn-Abd al-Wahid ibn-Mugeit, que parte desde Asturica en dirección a Gallaecia, mientras su hermano Abd al-Kerim conduce otro ejército hacia Álava. El primero de ellos entra en la región asturiana siguiendo la senda de la Mesa y llega hasta la reciente capital, Oveto. Alfonso II abandona el lugar con todos sus efectivos y se lo concede al musulmán, que se dedica a cobrarse el poco botín que quedaba allí, ante la cual decepción destruye parte de las edificaciones, entre ellas el templo que Fruela I había erigido a San Salvador, santo protector de Oveto. Una vez terminada la devastación, al-Melik retrocede con sus hombres rumbo al sur, ajeno a las asechanzas del rey Casto, que reorganiza las tropas en San Martín de Lodón y aguarda la retirada del enemigo para emboscarlo. Elige un terreno cenagoso conocido como Lutos, donde la caballería apenas si puede maniobrar y la infantería se ve abrumada por la hostil ciénaga. Allí infringe a al-Melik una derrota, cuyos ecos no tardaron en llegar a oídos de su hermano, quien no puede hacer más que preparar una nueva expedición para vengar la derrota.
Alfonso II
                En la primavera del año siguiente al dolo de Lutos, al-Kerim parte de Asturica decidido a apresar al rey astur. Los dos bandos se encuentran en Torrebarrio y el ejército de Alfonso cae estrepitosamente, aunque él consigue huir junto con una gran parte de sus hombres. Al-Kerim no se detiene, sino que envía como vanguardia a cuatro mil jinetes bajo el mando de Faradj ibn-Kinana, en tanto él avanza con el grueso del ejército. El rey Casto, por su parte, deja a la caballería, dirigida por Gadaxera, junto al río Quirós con el fin de retardar la llegada musulmana y poder ganar el suficiente tiempo como para organizar las defensas de Oveto junto a su inseparable Teuda. Cuando la avanzadilla de Kinana se topa con la caballería de Gadaxera, la arrasa por completo y captura al propio Gadaxera con tal rapidez, que a Alfonso no le queda otro remedio que guarecerse en una fortaleza entre Las Caldas y Godos a orillas del río Nailo (Nalón), el río Wad-Abalon de las crónicas árabes. Allí lo mantiene Kinana cercado a la espera de la llegada de al-Kerim con el resto de las huestes. Pero la constancia y un buen plan hacen que Alfonso logre escapar del asedio; Kinana le persigue implacable hasta Oveto, a donde acude en primer término Alfonso. Finalmente, el rey astur, comprendiendo que en nada le beneficia aguardar en la sede del reino la venida de al-Kerim, abandona el sitio y se refugia con el resto de sus hombres en Primorias; es decir, en las montañas del Auseva con su orografía intransitable que supone un escollo demasiado arduo para los soldados musulmanes. Al-Kerim, lo mismo que tantos otros ejércitos desde la época del romano Octavio Augusto, comprende lo inútil de persistir en la captura de los huidos y desiste de apresar al rey Alfonso y se conforma con convertir Oveto en ruinas. A finales de septiembre o principios de octubre al-Kerim regresa a Corduba.
                De estas dos campañas musulmanas Alfonso II aprendió una lección muy importante: el reino astur no podía enfrentarse solo al poderío del emirato cordobés; así que durante los siguientes años divide sus esfuerzos en dos direcciones: conseguir apoyos y reconstruir la capital. De este modo, ese mismo año de 795 envía una embajada al poderoso Carlomagno, aunque quien recibe al embajador no fue el emperador franco, sino su hijo Luis de Aquitania, en Tolosa. Por desgracia para Alfonso, al año siguiente muere Hixem I y su sucesor, al-Hakam I, enterado de los tratos en que andan Alfonso y Carlomagno, envía una expedición hacia la zona alavesa para procurar deshacer posibles pactos, además de bautizar su nuevo reinado con la ya acostumbrada aceifa contra los cristianos del norte. Coloca a su hombre de confianza, Amrus, al frente del ejército y el general llega victorioso hasta Osca (Huesca), punto estratégico desde donde se pueden controlar los movimientos de tropas atures. Sin embargo, Amrus no tiene oportunidad de abalanzarse sobre el reino Alfonsín, pues al-Hakam le ordena que vigile más bien las pretensiones del rey carolingio. Desde Osca Amrus se halla ocupado no sólo en cumplir las órdenes del emir, sino también en sofocar las revueltas que se producen en tierras vascas. No se encuentra menos ocioso al-Hakam, rodeado de intrigas palaciegas, en las que se ve envuelto cada día.
El emperador franco Carlomagno

                Las relaciones diplomáticas de Alfonso comienzan a dar sus frutos. Coloca a Pompaelo de su parte y en 797 envía una segunda embajada a Carlomagno. En esta ocasión es el rey franco en persona quien recibe en Herrstad al legado, el conde Fruela, quien le ofrece de parte del rey Casto una tienda de campaña. Estas negociaciones le permiten tener las manos libres para llevar a cabo correrías por campo musulmán y en 798 llega incluso a asaltar la ciudad de Olissipo u Ollarpo (Lisboa). A su regreso a Oveto vuelve a encargar al conde Fruela una tercera embajada a Carlomagno, en esta ocasión en compañía de Basilisco. Para mostrar que no era un reino debilitado, si bien pequeño, Fruela lleva ante el emperador a siete musulmanes y otros tantos mulos y lorigas, conseguido todo ello en el asalto a Olissipo. Como respuesta del rey franco, el obispo Jonás de Orleans visita Asturias se supone que por deseo de Carlomagno, y más tarde Gallaecia, donde se entrevista con el obispo de Iria Flavia (Padrón), Teodomiro. Todos estos contactos con el reino carolingio aumentaron la oposición a Alfonso dentro de su propia Corte. Su política de acercamiento a potencias extranjeras era mal vista por la nobleza reacia al linaje cántabro. Ya se habían opuesto, según hemos comprobado, a que fuera nombrado rey de Asturias, pero las circunstancias y el tiempo habían hecho que fracasaran. Ahora, en cambio, se habían procurado un gran número de partidarios y se salieron con la suya al recluir al rey Casto en el monasterio de Ablaña, en la comarca mierense (801). Con el rey fuera de juego, al-Hakam emprende una nueva aceifa contra Álava, pero acaba en fracaso; vuelve, no obstante, a intentarlo una vez más dos años después, pero fracasa de nuevo.

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