sábado, 20 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El crepúsculo de los reyes

             El 12 de junio del año 901 el emir Abd-Allah envía contra la ciudad de Zamora a millares de bereberes fanáticos, guiados todos ellos por Aben al-Kin. A pesar de contar con tan numeroso tropel de musulmanes, aquel ejército exaltado, deseoso de servir a la causa de la Guerra Santa, la Cruzada musulmana, es derrotado por las mesnadas de Alfonso III en la batalla conocida como La Jornada del Foso de Zamora, o simplemente El Día de Zamora. Esta victoria afianzaría el poder el rey asturiano frente a las aspiraciones del emirato cordobés de frenar el avance del reino astur. Alfonso III se encuentra ya a orillas del río Durius (Duero), frontera natural que intenta alcanzar antes del fin de su reinado. Por el occidente ya lo había conseguido tiempo atrás, por el centro no faltaba más que fortalecer las posiciones con un mínimo de seguridad, por el oriente iba algo más lento. Pero en 907 ya se halla en disposición de asegurar la frontera central del Durius con varios castillos y ciudadelas, como Castrojeriz o Burgos, desde donde poder realizar las incursiones oportunas en tierra musulmana, como la de ese año, en que llegó hasta la propia Toletum, aprovechando el regreso para tomar Balad al-Walid (Valladolid).
Estatua de Alfonso III "el Magno"

                Continuando con su política de recompensar a sus súbditos, Alfonso concede notables prebendas al conde Lucidio, establecido al sur del río Miño. Al clero, con el que sucedía otro tanto de lo mismo, lo mima con regulares ofrendas, como la Cruz de la Victoria, pieza notable de orfebrería labrada en el castillo de Gozón en 908; a la catedral de Asturica concede otra Caja similar a la anterior, hecha de plata dorada. Su hijo Fruela y la esposa de éste, Nunila Jimena, siguiendo las enseñanzas de su padre, regala la Caja de las Ágatas al Salvador de Oveto.
Caja de las Ágatas
                Los últimos días de vida, así como de rey, debieron de haber sido para Alfonso de una profunda decepción. Todo se sitúa en el año 906, según otros eruditos ocurrió en 907, incluso algunos lo retrasan a 908 y alguna voz sitúa el hecho en 910. Volvía Alfonso a la Corte después de haber tomado el castillo de Quinicialubel cuando se entera de que su propio siervo, Addanino o Adonino, tramaba contra su vida. Puesto el intento de magnicidio en oídos del monarca, éste manda matar no sólo al siervo, sino también a todos los hijos de éste, no sin antes hacerles confesar quién era el instigador de la traición: sus propios hijos, García, Fruela y Ordoño. Alertado, pues, de la conjura, se dirige hacia Zamora, en donde prende a García y lo encierra en el castillo de Gozón. Entre tanto, sus otros dos hijos y el conde castellano Muño o Munio Núñez, suegro de García, siguen conspirando contra el rey a sus espaldas a tal punto, que obligan a Alfonso a abdicar. Finalmente, Alfonso huye o se retira al pueblecito de Boiges, alejado por completo de la política. A pesar de todo, en 910 se le concedió realizar una última expedición contra el reino cordobés, la cual lleva a cabo, como casi siempre, victorioso; pero a la vuelta cae enfermo en Zamora y en diciembre de ese mismo año, el 20 de diciembre, expira allí mismo. Tal vez su alma se haya repartido entre tantos monasterios como construyó o reformó en todo el reino: San Pedro de Montes y Peñalba en el Birerzo, Sahagún en León, Távara y Moreruela en Zamora, Cardeña en Burgos… Con su muerte el reino sufre una transformación crucial: el eje principal de la política, ya muy deteriorado en Oveto, se traslada de forma oficial a la meseta leonesa, a cuya cabeza se sitúa García, mientras que sus hermanos se reparten como gobernadores de Gallaecia (Ordoño) y Asturias (Fruela). Dos años después de este reparto, el emir abd-Allah muere en Corduba. Es el fin de un período y el comienzo de una larga agonía que no tendrá término hasta finales del siglo XV: ochocientos años de guerra civil.
El rey astur-leonés Fruela II


                No obstante, el reino astur aún tendría un epílogo, un último gesto antes de entregar el trono a la vecina León. García, primogénito de Alfonso III y elevado al trono, establece la capital en León, dejando a sus hermanos el gobierno de Galicia y Asturias, como acabamos de ver, pero subordinados al naciente reino de León. Después de algo más de tres años de reinado, García I muere (914) sin descendencia, por el cual motivo es sucedido por su hermano Ordoño II, reuniendo bajo su mano todos los territorios que había poseído su padre, Alfonso III, a excepción de la Asturias de Fruela. En el año 914 Ordoño II muere, dejando huérfanos a sus hijos Alfonso, Ramiro y Sancho; sin embargo, quien asciende al solio no será ninguno de los hijos del soberano muerto, sino su hermano menor, Fruela. Así pues, se puede afirmar que durante un período corto de tiempo, algo más de un año, Fruela II aglutinó todo el reino bajo su poder como último rey asturiano. Tras su muerte en 825 la Monarquía pasaría a ser de forma definitiva Leonesa. Su breve reinado lo resume en unas pocas líneas el obispo Sampiro: En el año 924, muerto Ordoño, le sucedió en el reino su hermano Fruela. Por la brevedad del mismo no alcanzó ninguna victoria ni combatió a ningún enemigo, salvo a los hijos de Olmundo, a los que, según dicen, mandó matar siendo inocentes. También se dice que por castigo divino perdió pronto el reino, pues tras la muerte de los hermanos desterró, también sin culpa, al obispo Fruminio. Y así abreviado el tiempo de su reinado vino a morir enseguida por enfermedad, habiendo ocupado el trono un año y dos meses. Murió en agosto del año 825. De sus hijos, tres oficiales [Alfonso, Ramiro y Ordoño] y dos supuestos [Fortis y Eudon], fue Alfonso Froliaz, el mayor de todos ellos, quien le sucedió en el trono, pero al cabo de unos pocos meses fue apresado y cegado, junto con sus familiares, por su primo Ramiro, hijo de Ordoño II. Curiosamente este Alfonso Froilaz, si bien fue rey, no obtuvo el ordinal correspondiente, pues el conocido como Alfonso IV fue su primo, hermano de Ramiro II e hijo de Ordoño II. Pero, ésa es otra historia…
Santianes de Pravia

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