Ordoño
I deja el trono a su hijo Alfonso, que será el tercero con este nombre. Las
nunca terminadas intrigas palaciegas, heredadas de la corte visigoda, dan al
traste con las primeras intenciones alfonsinas, pues el conde gallego Fruela
Vermúdez, nombrado el Apóstata, se hace fuerte en la capital del reino, Oveto,
y Alfonso se ve obligado a huir hacia Castilla para salvar la vida. Con él
huyen los nobles Piniolo, Aldonza y algunos más, todos los cuales se refugian
en las propiedades del conde Rodrigo. Desde ahí Alfonso organizsa un ejército
con la nobleza que le era partidaria, sobre todo castellana; a los ya
mencionados deberíamos añadir otros como Ordoño de Oca y Gonzalo de Burgos, por ejemplo.
La recuperación del trono, sin embargo, se le pone muy cuesta arriba, pues
Fruela Vermúdez parece ejercer como rey desde Oveto y busca la alianza del
conde
Alfonso III "el Magno" |
vascón Eilo y sus dos hermanos. Alfonso divide, entonces, el ejército en
dos: una parte se dirige hacia Asturias a las órdenes de Rodrigo y otra parte
la conduce él mismo contra Eilo. La victoria le sonríe en los dos frentes; Eilo
consigue escapar y se refugia en Asturica, de donde desaparece y nada más se
sabrá de él. En Álava, no obstante, las cosas no acaban de calmarse. Una vez
recuperado el trono, los vascones vuelven a intrigar contra Alfonso, quien se
determina a poner fin a los recelosos nobles casándose con la princesa navarra
Jimena. Son años confusos también en el bando musulmán, pues andan en disputas
políticas y militares casi por todo el territorio. Alfonso III no deja pasar la
oportunidad que le brindan estas disensiones y coloca al gallego Vímara Peres
al mando de un cuerpo expedicionario, que llega a las puertas de Bracara
Augusta (Braga) y la ocupa; luego, continúa hacia Portucale y también logra
hacerse con ella. Entre tanto, el conde Odoario se establece en Aquae Folavia
(Chaves), ampliando de este modo los límites del reino. Para consolidar estas
nuevas conquistas y que no fueran una mera incursión soldadesca, como en
tiempos anteriores, encarga a Odoario que repueble cuanto antes la zona
comprendida entre los ríos Miño y Duero, de manera que este segundo río sirva
como una especie de frontera o muralla natural ante los posibles ataques del
emir cordobés. Pero Alfonso no es un rey magnánimo para con el enemigo: cuando
se le rinda la plaza fuerte de Daubal, ejecutará a todos sus defensores sin
piedad; hecho éste que contrasta con su devoción, seguramente interesada, hacia
la religión cristiana, dado que en 869 dona la iglesia de Santa María de
Tenciana (Tiñana) al presbítero Sisnando. Además, son constantes las donaciones
hacia varias iglesias más, como la de Campus Stelae, casi ninguna en territorio
de la actual Asturias.
Alfonso III |
Como refuerzo al pacto con la
nobleza de tierras alejadas y con la clara intención de que no se soliviante
contra él, empeñado en llevar la guerra más allá de donde lo habían hecho sus
predecesores, el rey Magno casa su hermana Leodegunda con un príncipe del
linaje Arista de Pompaelo. Aún va más lejos, pues en un acto más que le asegure
el apoyo de todo el reino, confía a su recién nacido vástago Ordoño, su
primogénito y futuro heredero a la corona, a los muladíes zaragozanos para que
lo eduquen; de esta forma mantiene bajo sus miras, de una u otra forma, casi
toda la franja al norte del río Duero. Desocupado, pues, por los asuntos de
política interna, se lanza de nuevo hacia el exterior y en apenas un año llega
hasta Emerita. Insiste, siguiendo a su padre Ordoño I, en repoblar el
territorio al coste que fuere necesario, así que también se dedica a levantar
monasterios, capillas, ermitas o cualquier construcción que atraiga habitantes;
con este propósito erige en 872 Santa Comba de Bande y más tarde los
monasterios de Sahagún y Samos, en Lugo, en donde se afanan en trabajar
copistas religiosos. Entre sus actos piadosos de donaciones a la institución
eclesiástica está el encargo de una cruz, hecha en el castillo de Gozón, para
donar a la iglesia de Campus Stelae a imitación de la que había encargado
Alfonso II para San Salvador.
Como ya venía siendo habitual, en
el emirato re recrudecen las rebeliones. En Badajoz se subleva ibn-Marwan, y
Alfonso no pierde tiempo en apoyar el movimiento. También envía algunos hombres
en apoyo de otro insurreccionado, Saadun ib-Fath al-Sorambaki (876). Merced a
estas alianzas las huestes asturianas, al mando de Hermenegildo, alcanzan en
877 u 878 las ciudades de Viseu y de Conimbriga (Coimbra), lo que le permite al
rey astur dominar la zona del Vouga y el Mondego. Mientras fortalece estas
posiciones, Alfonso trata de distraer la atención del emir Muhammad concertando
una alianza con los Banu Qasi del Ebro, hecho que provoca una expedición
musulmana, al mando del general Haxim, contra Legio y Asturica (878); pero es
derrotada en Polvoraria, cerca de Benavente, en la confluencia de los ríos
Órbigo y Ástura (Esla), siendo ratificada por otra derrota posterior en
Valdemora, cerca de Carbajal, en León. Estas dos victorias le dejarán el paso
franco para ocupar las plazas de Deza y Atienza, y para repoblar Dueñas,
Suimancas (899) y Toro (900).
La Cruz de la Victoria |
Tres años después de la campaña
infructuosa de Haxim, Alfonso III conduce sus tropas más allá del río Tajo,
hasta el monte Oxiferen, en Sierra Morena, ante la imposibilidad de que el emir
pueda ponerle freno, ocupado como estaba desde hacía un año en sofocar la
rebelión que en Malaca (Málaga) había llevado a cabo el muladí Omar ibn-Hafsun.
Pero este año de 881 también es un año muy productivo desde el punto de vista
cultural y artístico, amén de significar el punto de partida de la gran obra
repobladora del rey Magno. Es el año de la restauración del monasterio
visigótico ya mencionado de Santa Comba y de la capilla de San Ginés de
Francelos. También comienza a prestar más atención a Oveto, cuyos nobles
palaciegos sentían cierto malestar por el olvido en que el rey les tenía, así
que Alfonso manda construir una muralla interior que rodee el conjunto áulico
erigido por Alfonso II, al igual que amplía el número de edificios de la urbe:
un palacio real, la iglesia de San Juan y una fuente pública que canaliza las
aguas de un manantial para abastecer los barrios lindantes [se trata de la
fuente de Foncalada, la única de todas estas construcciones que se ha
conservado y en cuyo frente campea la cruz asturiana VEXILLVM REGIS). También éste es el año en que aparece la primera
versión de la primera historiografía escrita durante la Monarquía Asturiana: la
“Crónica albeldense”. Se desconoce el autor de la misma, en donde se narra la
historia de los emperadores romanos, los reyes godos y los reyes asturianos;
esta obra fue definitivamente revisada dos años después, años en que también
aparece, concretamente en abril, la “Crónica profética”, en la que se da vía
libre para asentar las bases de la Reconquista, pues en ella se alude a unas
profecías de Ezequiel, según las cuales los musulmanes serán expulsados de la
península por el rey Magno. La tercera obra de cierta importancia será la
“Crónica de Alfonso III”, escrita después de este año y en la que se cuenta la
historia desde el año 672 hasta 866; es decir, desde el reinado del visigodo
Wamba hasta el asturiano Ordoño I, padre del rey Magno.
La fuente de Foncalada en Oviedo |
El obispo de Oveto, Hermenegildo o
Hermegildo debió de sentirse feliz cuando su rey trae de Corduba los restos del
mártir Eulogio y los incorpora a los de Santa Leocadia en la Cámara Santa, la
cual dedicará a San Miguel. Sin embargo, la obra culminante de Alfonso III está
situada en el valle de Boides, en Valdediós, cerca de Villaviciosa; del
complejo palatino que erigió allí, y al que el rey Magno se retiró en las
postrimerías de su reinado, sólo se conserva la basílica de San Salvador,
popularmente conocida como “el Conventín”. Otras obras de esta época Alfonsina son la abadía de San Adriano de Tuñón, consagrada en el año 891 junto al río
Trueba; San Salvador de Priesca, próxima a Valdediós; Santiago de Gobiendes, en
las estribaciones del Sueve, etc. Todas ellas muestran el influjo de los
emigrantes mozárabes y muladíes venidos del sur de la península: se trata de un
estilo fundamentado en un sincretismo del arte de Alfonso II y las ideas
llegadas del exterior.
Entre tanto, el poderío del reino
astur se hace notar en Corduba. El emir omeya, en vista de los graves problemas
que surgían entre sus súbditos y el creciente empuje de Alfonso III, propone al
rey Magno negociar la paz por vez primera desde Pelayo. El rey astur envía al
presbítero Dulcidio a la capital del emirato para que se encargue del tratado
y, aunque llegó a inquietar su larga ausencia, pues que en noviembre todavía no
se sabía nada de él, la paz fue efectiva. Este pacto entre Corduba y Oveto
resuena en los habitantes de la península, que ven al reino asturiano como una
meta para iniciar una nueva vida. Aquel diminuto reino cristiano se había
convertido en un reino poderoso y garantizador de prosperidad para los
ciudadanos. La enorme afluencia de extranjeros permitió el repoblamiento de la
zona desertizada al norte del Duero (Tierra de Campos). Al mismo tiempo,
Alfonso se ve favorecido por las ideas que la iglesia va inculcando en la
población: los reyes asturianos son los descendientes y continuadores de los
reyes visigodos, y su misión es la de volver a apoderarse de todo el territorio
peninsular, expulsando al infiel.
San Salvador de Valdediós, "el Conventín" |
Mientras, el toledano Muhammad
ibn-Lupp planea restituir en el solio de Caesaraugusta a la dinastía Banu Qasi,
para lo cual pide ayuda a Alfonso; éste no sólo se la niega, sino que se le
opone, reprochándole haber quebrantado un pacto que había hecho con su padre,
Ordoño, al aliarse con el emir.
Después de largos años de estancia
en la corte asturiana, ibn-Marwan decide regresar a Badajoz, si bien no se sabe
con certeza el motivo, pues al poco de establecerse allí inicia las
hostilidades contra el reino astur (884) sin renunciar a la guerra contra el
emir cordobés Muhammad I, que fallece un año después, siendo sucedido por
al-Mundhir, muerto al cabo de dos años y sucedido por Abd-Allah.
Aunque
Alfonso prosigue con sus conquistas territoriales [ocupa Zamora en 893,
gobernada hasta entonces por el berberisco Aben al-Kin], la Iglesia es punto
referente, junto a la repoblación, de su política. Tal vez sea ése el motivo
por el cual a la consagración de San Salvador de Valdediós en 893 asistieran
nada menos que siete obispos. No obstante, la más destacada acción que el rey
Magno haría en favor del cristianismo tuvo lugar el 6 de mayo de 899, cuando
consagra la iglesia restaurada de Sant Yago de Campus Stelae, a la que durante
los años que llevaba reinando había regalado trece donaciones. La propaganda
que se hizo de este acto, así como de su importancia religiosa, supuso el
espaldarazo definitivo como centro de peregrinación europea, lo que contribuyó
en gran medida a la penetración en la península de las corrientes culturales,
políticas, sociales y religiosas de todo el Occidente. El Camino de Santiago
[mejor hablar de los Caminos de Santiago] tal vez fuera, junto a la idea de
Reconquista, la operación de marketing más impresionante de la Monarquía
Asturiana. Desde luego, supuso para Alfonso III el empuje final a su política
de reafirmación del reino, cuya influencia no podía ya estar sometida, como le
venía demostrando desde su llegada al trono, a la orografía norteña; de ahí que
poco a poco fuera actuando con vistas a una zona más apropiada, lo que con el
tiempo se convertiría en el reino de Castilla. Para que su labor no cayera en
pozo sin fondo, tan pronto como su hijo Ordoño llegó a la edad madura, lo
acercó a su lado y le encomendó diversas tareas políticas, como el gobierno de
Gallaecia, y militares, como la expedición que le llevó hasta las puertas de
Hispalis.
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