martes, 16 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El rey magno

               Ordoño I deja el trono a su hijo Alfonso, que será el tercero con este nombre. Las nunca terminadas intrigas palaciegas, heredadas de la corte visigoda, dan al traste con las primeras intenciones alfonsinas, pues el conde gallego Fruela Vermúdez, nombrado el Apóstata, se hace fuerte en la capital del reino, Oveto, y Alfonso se ve obligado a huir hacia Castilla para salvar la vida. Con él huyen los nobles Piniolo, Aldonza y algunos más, todos los cuales se refugian en las propiedades del conde Rodrigo. Desde ahí Alfonso organizsa un ejército con la nobleza que le era partidaria, sobre todo castellana; a los ya mencionados deberíamos añadir otros como Ordoño de Oca y Gonzalo de Burgos, por ejemplo. La recuperación del trono, sin embargo, se le pone muy cuesta arriba, pues Fruela Vermúdez parece ejercer como rey desde Oveto y busca la alianza del conde
Alfonso III "el Magno"
 vascón Eilo y sus dos hermanos. Alfonso divide, entonces, el ejército en dos: una parte se dirige hacia Asturias a las órdenes de Rodrigo y otra parte la conduce él mismo contra Eilo. La victoria le sonríe en los dos frentes; Eilo consigue escapar y se refugia en Asturica, de donde desaparece y nada más se sabrá de él. En Álava, no obstante, las cosas no acaban de calmarse. Una vez recuperado el trono, los vascones vuelven a intrigar contra Alfonso, quien se determina a poner fin a los recelosos nobles casándose con la princesa navarra Jimena. Son años confusos también en el bando musulmán, pues andan en disputas políticas y militares casi por todo el territorio. Alfonso III no deja pasar la oportunidad que le brindan estas disensiones y coloca al gallego Vímara Peres al mando de un cuerpo expedicionario, que llega a las puertas de Bracara Augusta (Braga) y la ocupa; luego, continúa hacia Portucale y también logra hacerse con ella. Entre tanto, el conde Odoario se establece en Aquae Folavia (Chaves), ampliando de este modo los límites del reino. Para consolidar estas nuevas conquistas y que no fueran una mera incursión soldadesca, como en tiempos anteriores, encarga a Odoario que repueble cuanto antes la zona comprendida entre los ríos Miño y Duero, de manera que este segundo río sirva como una especie de frontera o muralla natural ante los posibles ataques del emir cordobés. Pero Alfonso no es un rey magnánimo para con el enemigo: cuando se le rinda la plaza fuerte de Daubal, ejecutará a todos sus defensores sin piedad; hecho éste que contrasta con su devoción, seguramente interesada, hacia la religión cristiana, dado que en 869 dona la iglesia de Santa María de Tenciana (Tiñana) al presbítero Sisnando. Además, son constantes las donaciones hacia varias iglesias más, como la de Campus Stelae, casi ninguna en territorio de la actual Asturias.
Alfonso III
                Como refuerzo al pacto con la nobleza de tierras alejadas y con la clara intención de que no se soliviante contra él, empeñado en llevar la guerra más allá de donde lo habían hecho sus predecesores, el rey Magno casa su hermana Leodegunda con un príncipe del linaje Arista de Pompaelo. Aún va más lejos, pues en un acto más que le asegure el apoyo de todo el reino, confía a su recién nacido vástago Ordoño, su primogénito y futuro heredero a la corona, a los muladíes zaragozanos para que lo eduquen; de esta forma mantiene bajo sus miras, de una u otra forma, casi toda la franja al norte del río Duero. Desocupado, pues, por los asuntos de política interna, se lanza de nuevo hacia el exterior y en apenas un año llega hasta Emerita. Insiste, siguiendo a su padre Ordoño I, en repoblar el territorio al coste que fuere necesario, así que también se dedica a levantar monasterios, capillas, ermitas o cualquier construcción que atraiga habitantes; con este propósito erige en 872 Santa Comba de Bande y más tarde los monasterios de Sahagún y Samos, en Lugo, en donde se afanan en trabajar copistas religiosos. Entre sus actos piadosos de donaciones a la institución eclesiástica está el encargo de una cruz, hecha en el castillo de Gozón, para donar a la iglesia de Campus Stelae a imitación de la que había encargado Alfonso II para San Salvador.
Como ya venía siendo habitual, en el emirato re recrudecen las rebeliones. En Badajoz se subleva ibn-Marwan, y Alfonso no pierde tiempo en apoyar el movimiento. También envía algunos hombres en apoyo de otro insurreccionado, Saadun ib-Fath al-Sorambaki (876). Merced a estas alianzas las huestes asturianas, al mando de Hermenegildo, alcanzan en 877 u 878 las ciudades de Viseu y de Conimbriga (Coimbra), lo que le permite al rey astur dominar la zona del Vouga y el Mondego. Mientras fortalece estas posiciones, Alfonso trata de distraer la atención del emir Muhammad concertando una alianza con los Banu Qasi del Ebro, hecho que provoca una expedición musulmana, al mando del general Haxim, contra Legio y Asturica (878); pero es derrotada en Polvoraria, cerca de Benavente, en la confluencia de los ríos Órbigo y Ástura (Esla), siendo ratificada por otra derrota posterior en Valdemora, cerca de Carbajal, en León. Estas dos victorias le dejarán el paso franco para ocupar las plazas de Deza y Atienza, y para repoblar Dueñas, Suimancas (899) y Toro (900).
La Cruz de la Victoria
Tres años después de la campaña infructuosa de Haxim, Alfonso III conduce sus tropas más allá del río Tajo, hasta el monte Oxiferen, en Sierra Morena, ante la imposibilidad de que el emir pueda ponerle freno, ocupado como estaba desde hacía un año en sofocar la rebelión que en Malaca (Málaga) había llevado a cabo el muladí Omar ibn-Hafsun. Pero este año de 881 también es un año muy productivo desde el punto de vista cultural y artístico, amén de significar el punto de partida de la gran obra repobladora del rey Magno. Es el año de la restauración del monasterio visigótico ya mencionado de Santa Comba y de la capilla de San Ginés de Francelos. También comienza a prestar más atención a Oveto, cuyos nobles palaciegos sentían cierto malestar por el olvido en que el rey les tenía, así que Alfonso manda construir una muralla interior que rodee el conjunto áulico erigido por Alfonso II, al igual que amplía el número de edificios de la urbe: un palacio real, la iglesia de San Juan y una fuente pública que canaliza las aguas de un manantial para abastecer los barrios lindantes [se trata de la fuente de Foncalada, la única de todas estas construcciones que se ha conservado y en cuyo frente campea la cruz asturiana VEXILLVM REGIS). También éste es el año en que aparece la primera versión de la primera historiografía escrita durante la Monarquía Asturiana: la “Crónica albeldense”. Se desconoce el autor de la misma, en donde se narra la historia de los emperadores romanos, los reyes godos y los reyes asturianos; esta obra fue definitivamente revisada dos años después, años en que también aparece, concretamente en abril, la “Crónica profética”, en la que se da vía libre para asentar las bases de la Reconquista, pues en ella se alude a unas profecías de Ezequiel, según las cuales los musulmanes serán expulsados de la península por el rey Magno. La tercera obra de cierta importancia será la “Crónica de Alfonso III”, escrita después de este año y en la que se cuenta la historia desde el año 672 hasta 866; es decir, desde el reinado del visigodo Wamba hasta el asturiano Ordoño I, padre del rey Magno.
La fuente de Foncalada en Oviedo
El obispo de Oveto, Hermenegildo o Hermegildo debió de sentirse feliz cuando su rey trae de Corduba los restos del mártir Eulogio y los incorpora a los de Santa Leocadia en la Cámara Santa, la cual dedicará a San Miguel. Sin embargo, la obra culminante de Alfonso III está situada en el valle de Boides, en Valdediós, cerca de Villaviciosa; del complejo palatino que erigió allí, y al que el rey Magno se retiró en las postrimerías de su reinado, sólo se conserva la basílica de San Salvador, popularmente conocida como “el Conventín”. Otras obras de esta época Alfonsina son la abadía de San Adriano de Tuñón, consagrada en el año 891 junto al río Trueba; San Salvador de Priesca, próxima a Valdediós; Santiago de Gobiendes, en las estribaciones del Sueve, etc. Todas ellas muestran el influjo de los emigrantes mozárabes y muladíes venidos del sur de la península: se trata de un estilo fundamentado en un sincretismo del arte de Alfonso II y las ideas llegadas del exterior.
Entre tanto, el poderío del reino astur se hace notar en Corduba. El emir omeya, en vista de los graves problemas que surgían entre sus súbditos y el creciente empuje de Alfonso III, propone al rey Magno negociar la paz por vez primera desde Pelayo. El rey astur envía al presbítero Dulcidio a la capital del emirato para que se encargue del tratado y, aunque llegó a inquietar su larga ausencia, pues que en noviembre todavía no se sabía nada de él, la paz fue efectiva. Este pacto entre Corduba y Oveto resuena en los habitantes de la península, que ven al reino asturiano como una meta para iniciar una nueva vida. Aquel diminuto reino cristiano se había convertido en un reino poderoso y garantizador de prosperidad para los ciudadanos. La enorme afluencia de extranjeros permitió el repoblamiento de la zona desertizada al norte del Duero (Tierra de Campos). Al mismo tiempo, Alfonso se ve favorecido por las ideas que la iglesia va inculcando en la población: los reyes asturianos son los descendientes y continuadores de los reyes visigodos, y su misión es la de volver a apoderarse de todo el territorio peninsular, expulsando al infiel.
San Salvador de Valdediós, "el Conventín"
Mientras, el toledano Muhammad ibn-Lupp planea restituir en el solio de Caesaraugusta a la dinastía Banu Qasi, para lo cual pide ayuda a Alfonso; éste no sólo se la niega, sino que se le opone, reprochándole haber quebrantado un pacto que había hecho con su padre, Ordoño, al aliarse con el emir.
Después de largos años de estancia en la corte asturiana, ibn-Marwan decide regresar a Badajoz, si bien no se sabe con certeza el motivo, pues al poco de establecerse allí inicia las hostilidades contra el reino astur (884) sin renunciar a la guerra contra el emir cordobés Muhammad I, que fallece un año después, siendo sucedido por al-Mundhir, muerto al cabo de dos años y sucedido por Abd-Allah.

Aunque Alfonso prosigue con sus conquistas territoriales [ocupa Zamora en 893, gobernada hasta entonces por el berberisco Aben al-Kin], la Iglesia es punto referente, junto a la repoblación, de su política. Tal vez sea ése el motivo por el cual a la consagración de San Salvador de Valdediós en 893 asistieran nada menos que siete obispos. No obstante, la más destacada acción que el rey Magno haría en favor del cristianismo tuvo lugar el 6 de mayo de 899, cuando consagra la iglesia restaurada de Sant Yago de Campus Stelae, a la que durante los años que llevaba reinando había regalado trece donaciones. La propaganda que se hizo de este acto, así como de su importancia religiosa, supuso el espaldarazo definitivo como centro de peregrinación europea, lo que contribuyó en gran medida a la penetración en la península de las corrientes culturales, políticas, sociales y religiosas de todo el Occidente. El Camino de Santiago [mejor hablar de los Caminos de Santiago] tal vez fuera, junto a la idea de Reconquista, la operación de marketing más impresionante de la Monarquía Asturiana. Desde luego, supuso para Alfonso III el empuje final a su política de reafirmación del reino, cuya influencia no podía ya estar sometida, como le venía demostrando desde su llegada al trono, a la orografía norteña; de ahí que poco a poco fuera actuando con vistas a una zona más apropiada, lo que con el tiempo se convertiría en el reino de Castilla. Para que su labor no cayera en pozo sin fondo, tan pronto como su hijo Ordoño llegó a la edad madura, lo acercó a su lado y le encomendó diversas tareas políticas, como el gobierno de Gallaecia, y militares, como la expedición que le llevó hasta las puertas de Hispalis. 

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