miércoles, 3 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un rey para un reino

             Después de una incursión musulmana más sin trascendencia alguna, podríamos decir que 812 es el año en que dan comienzo las obras constructoras dentro de Oveto. En ese año y a unos ochocientos metros al norte del casco urbano de la capital, se ponen los cimientos de la iglesia de Santullano, consagrada dieciocho años después a los santos orientales Julián y Basilisa. Es más que probable que los encargados de las obras, arquitectos, pintores, escultores, ingenieros… hayan basado sus proyectos en ideas neogoticistas venidas de allende las fronteras, sobre todo mozárabes que van llegando al reino cristiano en grupos no muy numerosos, pero sí fluidos.
Alfonso II el Casto
                De toda aquella ingente tarea apenas nos ha llegado una muestra; de la basílica erigida en honor de San Salvador y Santa María nada queda, y sólo se conserva de forma fragmentaria la cabecera del templo de San Tirso y algunos restos del palacio real. Mención aparte merece la Cámara Santa, originariamente unida al palacio y que conservaba en su cripta los restos de Santa Leocadia, patrona de la iglesia de los Concilios de Toletum. En fin, la capital quedaba organizada de modo aproximado de la forma siguiente: la basílica de San Salvador se encontraba en donde hoy día se alza la catedral, situándose a su cabecera el monasterio de San Vicente; a la izquierda se vería el panteón real de Santa María del Rey Casto; a la derecha de San Salvador se alargaba en paralelo el palacio del rey con la Cámara Santa en su cabecera y, perpendicular a éste, las dependencias reales; desviada a la izquierda de todo este conjunto, la iglesia de San Pelayo y a la cabecera de ésta la iglesia de la Corte; al otro lado de la actual plaza de la catedral tendríamos la iglesia de San Tirso, de la que se conserva la cabecera y, en la esquina opuesta a ésta, la iglesia de la Santa Cruz. Para proteger todo este importante conjunto áulico Alfonso II mandó levantar una muralla que lo rodeara en su integridad y que sirviera de freno a posibles aceifas musulmanas, como las que habían realizado los hermanos al-Malik y al-Kerim a finales del siglo anterior.
La Camara Santa 
                Pero este nuevo entramado defensivo no podía evitar que el emirato cordobés pusiera en alerta al rey Casto con una nueva ofensiva. Un gran ejército se dirige hacia el norte con la intención de atacar Álava y Bardulias, zona que abarcaba la actual comarca riojana y sus alrededores. Merced a la alianza de Alfonso con Pompaelo, las fuerzas del monarca astur y las del gascón Velasco hacen frente común contra el enemigo sarraceno. La batalla de Orón, llamada Wadi-Arun por los árabes, en 816 causó estragos en los dos bandos: el número de bajas fue excesivamente elevado tanto por parte de los cristianos como de los musulmanes.. Si bien podría considerarse que la balanza se inclinó del lado de Alfonso y Velasco, no cabe la menor duda de que fue una victoria pírrica, cuyo único resultado real fue el de haber frenado el avance enemigo. Más lo debió de sentir el emir, pues al año siguiente, y ante su política un tanto vaga, el arrabal cordobés de Secunda se rebela contra la autoridad.
                Mientras tanto, Alfonso II el Casto se atrae los favores de los nobles gallegos y vascones mediante concesiones un tanto “sospechosas”, como las prebendas reales que concede a Aloite, conde de Campus Stelae (Compostela) en 818. En cuanto a la Iglesia, el rey insiste en tenerla mimada y al mismo tiempo ocupada en asuntos ajenos a la política, objetivo que consigue a medias. Posiblemente fuera ésa la finalidad del Concilio de Oveto en 821, a donde acude una pequeña embajada enviada por Carlomagno y que da a entender que el reino astur comenzaba a ser tenido en cuenta fuera del ámbito peninsular. Estas relaciones con el poderío franco abren la puerta para que Alfonso II adopte la moneda carolingia en sustitución de la empleada hasta entonces en el reino, consiguiendo reanimar la empobrecida economía. Además, Alfonso no interrumpe su política de pacto y aprovecha cualquier resquicio para fortalecerlos, como cuando los muladíes del Ebro se rebelan contra Corduba: Alfonso no duda en ofrecerles su apoyo, lo que provoca las iras del emir que en 823 envía otra expedición de castigo contra Álava, que le valdrá una nueva derrota. Poco después, son los muladíes y mozárabes de Emerita Augusta (Mérida) y Toletum los que se alzan en rebeldía, y también a éstos los apoya Alfonso II. Ante tal perspectiva, el entonces emir Abd al-Rahman II envía dos cuerpos de ejército contra Gallaecia, siendo vencidos ambos en 825: uno en Anceo, Pontevedra, y el otro en Narón, Lugo.
Monedas carolingias de plata
                A pesar de sus ocupaciones como general, el rey asturiano no descuida los deberes para con los actos píos y religiosos. Así, en 829 la iglesia que había ordenado erigir en Campus Stelae, en el lugar en que había aparecido el supuesto sepulcro de Santiago el Mayor, se beneficia de una importante donación fundacionaria, la primera de otras muchas que seguirán. La institución real, pues, está consolidada, al menos la figura de Alfonso II. La oposición se diluye y pierde fuerza. El rey Casto vence a los musulmanes en el campo de batalla y al mismo tiempo impulsa la economía maltrecha, engrandeciendo, a su vez, el reino con una capital embellecida con el paso de los años. Por el contrario, la figura legendaria de Bernardo de Carpio, representante de la rivalidad entre pro-alfonsinos y contra-alfonsinos, permanece silenciada. Tan sólo surgen rumores divulgados maledicentemente entre el campesinado, como el que apuntaba a que, ante la soltería de su rey, el pueblo murmurase que estaba casado en secreto con Berta, hermana de Carlomagno; otros rumores se dirigían a una relación incestuosa con su propia hermana Jimena. Tampoco faltaban chismes que relacionaban a Jimena con el conde de Saldaña, Sancho Díaz, de quien habría tenido un hijo, el tal Bernardo de Carpio, y que habrían entregado a unas “dueñas” para su cuidado, a quienes visitarían de vez en cuando los dos amantes. Así, tan pronto como Alfonso se habría enterado del asunto, pues se lo revelaría su primo Ordoño, que pretendía casarse con Jimena para acceder al trono, habría mandado recluir a su hermana en un convento y al conde encadenarlo en el castillo de Luna, al tiempo que habría prohijado al pequeño. En cuanto a Ordoño, su cadáver habría de aparecer una mañana en las inmediaciones de la basílica de San Julián.
Catálogo de los reyes cordobeses y asturianos
                Aparte de esta leyenda, nada de cierto hay en esta etapa del reino de Alfonso II que incite a pensar en oscuras maquinaciones contra su poder, pues la nobleza se sentiría lo suficientemente débil como para mantenerse a la espera de tiempos mejores. Su fama, la del rey, había llegado a tal punto que, cuando en 833 los muladíes emeritanos son sometidos por las fuerzas cordobesas, el rebelde Mahamud huye de la ciudad y se refugia en la corte ovetense. Después de conseguir someter las plazas sublevadas, Abd al-Rahman II reinicia sus ataques contra el reino del norte, así que en 838 envía una expedición contra Álava y Bardulias, y otra más contra Gallaecia. Al año siguiente vuelven los musulmanes a intentar debilitar a los cristianos, pero no sólo son derrotados, sino que incluso el mismo Alfonso II osa internarse en territorio hostil. En 840 es Abd al-Rahman en persona quien se adentra al frente de su ejército en las tierras galaicas, en donde es rechazado por las huestes de Alfonso. Nuevamente éste, el rey Casto, afrontará al año siguiente otra incursión musulmana encabezada por el hijo del emir, al-Mustarrif.
El Oviedo de Alfonso II

                El largo reinado de Alfonso II el Casto va llegando a su fin en 842, año en que entrega su alma a la Providencia. A su muerte deja un reino fuerte en todos los aspectos. Gallaecia, Asturica, Legio y Bardulias ya se hallan repobladas y fortificadas, Oveto se prepara para recibir sus últimos toques artísticos [que habrán de ser los más representativos, duraderos y admirados], Álava y Cantabria están plenamente integradas en el reino. Y a pesar de todo, el único problema que dejó sin resolver casi acaba destrozando toda su labor: había muerto sin descendencia, aunque había estado educando para sucederle a Ramiro, hijo del rey Vermudo; pero el fallecimiento del rey Casto le había cogido en Batrdulias, donde había acudido para asistir a la celebración de su propia unión marital, en segundas nupcias, con Paterna. Entre tanto, en Oveto la facción nobiliaria que se había mantenido agazapada bajo el yugo de Alfonso se levanta de golpe y nombra a Nepociano nuevo rey, del cual los relatos tradicionales dicen que se había casado  con Jimena, la supuesta hermana de Alfonso II, por el cual motivo reclamaba el cetro.

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