sábado, 13 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El principio del final

              Siguiendo las directrices en política exterior que sus predecesores en el trono habían llevado a cabo, Ordoño apoya cualquier sublevación contra Abd al-Rahman II en tierras del emirato. Así es como envía algunos destacamentos para socorrer a los muladíes de Emerita. Cuando en 852 muere el emir, el descontento general provoca un gran número de rebeliones: Tudela, Toletum, Emerita, Bobastro y la propia Corduba. Muhammad I, el nuevo gobernante, tiene que hacer frente a todas ellas, lo que intenta aprovechar Ordoño en su favor enviando un ejército bajo las órdenes del conde Gatón del Bierzo en ayuda de Toletum. Al encuentro de éste le sale al paso otro ejército musulmán cerca de Almonacid. En la batalla, que pasó a la historia como la de Guadacelete, las huestes de Ordoño sufren una sonada derrota.
Ordoño I
Escarmentado, el soberano astur se inclina hacia la política interior. En 856 intensifica el repoblamiento de Amaya, Tuy, Legio [a cuyo encargo quedó su propio hijo Alfonso, que más tarde se dirigiría a Orense con el mismo propósito] y Asturica, creando tanto en Legio como en Asturica sendos obispados. Precisamente fue en este año, según una leyenda local, cuando tiene su origen el pueblo lavianés de El Condado, cuya seña de identidad se remonta a la época de la dominación romana, pues se cree que los cimientos de un torreón defensivo reconstruido en varias ocasiones tiene entonces su origen; de esta época datan una casa-palacio y la leprosería de San Lázaro de Colmillera.
 En 858 ó 859 los normandos regresan a las costas hispanas y desembarcan en Guipúzcoa. Ante la poca resistencia que encuentran avaanzan hacia el interior hasta llega a Pompaelo, en donde apresan al conde García Íñiguez, liberado posteriormente después de pagar una fuerte suma por su rescate. Volviendo sobre sus pasos, se embarcan de nuevo hacia occidente y llegan a Gallaecia, en donde sus habitantes ya estaban sobre aviso y bien pertrechados, gracias a lo cual el conde Pedro no sólo les impide tomar tierra, sino que los expulsa de forma definitiva.
Santa Cristina de Lena
 Entre tantas acciones bélicas, Ordoño todavía tiene tiempo para mandar construir una ermita dedicada a Santa Cristina en el valle del río Lena, en un promontorio cercano al camino que conduce hacia el sur. Por su estilo ramiriense hay quien opina que fue durante el reinado de Ramiro cuando se erigió, aunque la opinión más generalizada lo sitúa bajo los auspicios de Ordoño. Lo que sí parece claro es que el arquitecto es el mismo, incluso no sería descabellado pensar en que fue Ramiro quien haya ordenado su construcción, siendo consagrado durante el reinado de Ordoño. En fin, aparte de este magnífico ejemplo de arte prerrománico asturiano, el reinado de Ordoño destaca por una batalla de gran trascendencia, pues marca lo que va a suponer el afianzamiento definitivo del pequeño reino cristiano. En 859 la familia de los Banu Qasi intenta sustraerse de toda la influencia cordobesa y asturiana, en cuyas posesiones se hallan ambos reinos muy interesados, pues suponían un importante punto estratégico para el dominio oriental de la península. Así pues, Banu Qasi Musa ibn-Musa, valí de Caesaraugusta, decide fortificar el castillo de Albelda de Iregua, en Logroño, cercano al desfiladero de Viguera. Sin perder tiempo Ordoño manda al conde García Íñiguez a que tome el castillo antes de que terminen las obras y sea imposible su asalto. El conde se apresura hacia Albelda y en el Monte Laturce se topa con las tropas de los Banu Qasi bajo el mando del muladí Musa II ibn-Fortun, señor de Tudela. El ejército de Ordoño consigue una victoria decisiva, identificada por algunos autores con la de Clavijo. Desde tan privilegiado puesto, el poder del rey asturiano se extiende hacia las plazas fuertes de Coria y Talamanca.
Representación de La batalla de Clavijo, por Conrado Giaquinto
Ordoño tampoco descuida uno de los puntos fuertes de su política: el repoblamiento de las zonas bajo su dominio. Así que encarece al conde Rodrigo de Castilla que amplíe las presuras hasta Amaya. Corre el año 860 y también hay que contentar al clero, por lo que dona al obispo de la reciente sede leonesa, Frominio, nada menos que la iglesia de Santa Eulalia de Ujo, la basílica de Santa María y la decanía en la que estaba el monasterio de San Martín, en la “villa Sauceta”. Al año siguiente concede prebendas al conde Fruela de Lucus Augusti, algo que también hará con el conde Gómez del alto Ebro cuatro años más tarde.
El rey Ordoño I

                Unas nuevas rebeliones de los Banu Qasi de Toletum y los Banu Marwan de Emerita, a quienes presta su poyo contra el poderío de Corduba, le permiten avanzar hasta Helmantica sin tropiezo alguno. Pero en 862 el emir envía una expedición contra Álava que consigue frenar el progresa cristiano. Al año siguiente otra aceifa desemboca en una estrepitosa derrota asturiana, aunque no lo fue tanto como la que en 865 hubo de soportar Ordoño; un gran ejército cordobés saquea las riberas del Ebro y el Bureba, recientemente repobladas, y a continuación divisa las tropas cristianas comandadas por el conde Rodrigo cerca de Miranda del Ebro. Ambos bandos se encuentran en el desfiladero de Morcuera y el descalabro fue tal, que casi contrarresta el éxito que Ordoño había obtenido seis años antes en Albelda. En 866, finalmente, las Parcas cortan el hilo de la vida de Ordoño I y sube al poder el Magno, Alfonso III, hijo de Ordoño y último rey de la Monarquía Asturiana. Hemos visto cómo el reino astur había nacido con Pelayo, cómo se cimentó con Alfonso I y cómo Alfonso II lo había consolidado; ahora le toca a Alfonso III convertir el pequeño reino cristiano en el gran oponente al emirato de Corduba. Tras él, el reino astur-leonés sonará en las cortes de todo el continente.

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