sábado, 20 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El crepúsculo de los reyes

             El 12 de junio del año 901 el emir Abd-Allah envía contra la ciudad de Zamora a millares de bereberes fanáticos, guiados todos ellos por Aben al-Kin. A pesar de contar con tan numeroso tropel de musulmanes, aquel ejército exaltado, deseoso de servir a la causa de la Guerra Santa, la Cruzada musulmana, es derrotado por las mesnadas de Alfonso III en la batalla conocida como La Jornada del Foso de Zamora, o simplemente El Día de Zamora. Esta victoria afianzaría el poder el rey asturiano frente a las aspiraciones del emirato cordobés de frenar el avance del reino astur. Alfonso III se encuentra ya a orillas del río Durius (Duero), frontera natural que intenta alcanzar antes del fin de su reinado. Por el occidente ya lo había conseguido tiempo atrás, por el centro no faltaba más que fortalecer las posiciones con un mínimo de seguridad, por el oriente iba algo más lento. Pero en 907 ya se halla en disposición de asegurar la frontera central del Durius con varios castillos y ciudadelas, como Castrojeriz o Burgos, desde donde poder realizar las incursiones oportunas en tierra musulmana, como la de ese año, en que llegó hasta la propia Toletum, aprovechando el regreso para tomar Balad al-Walid (Valladolid).
Estatua de Alfonso III "el Magno"

                Continuando con su política de recompensar a sus súbditos, Alfonso concede notables prebendas al conde Lucidio, establecido al sur del río Miño. Al clero, con el que sucedía otro tanto de lo mismo, lo mima con regulares ofrendas, como la Cruz de la Victoria, pieza notable de orfebrería labrada en el castillo de Gozón en 908; a la catedral de Asturica concede otra Caja similar a la anterior, hecha de plata dorada. Su hijo Fruela y la esposa de éste, Nunila Jimena, siguiendo las enseñanzas de su padre, regala la Caja de las Ágatas al Salvador de Oveto.
Caja de las Ágatas
                Los últimos días de vida, así como de rey, debieron de haber sido para Alfonso de una profunda decepción. Todo se sitúa en el año 906, según otros eruditos ocurrió en 907, incluso algunos lo retrasan a 908 y alguna voz sitúa el hecho en 910. Volvía Alfonso a la Corte después de haber tomado el castillo de Quinicialubel cuando se entera de que su propio siervo, Addanino o Adonino, tramaba contra su vida. Puesto el intento de magnicidio en oídos del monarca, éste manda matar no sólo al siervo, sino también a todos los hijos de éste, no sin antes hacerles confesar quién era el instigador de la traición: sus propios hijos, García, Fruela y Ordoño. Alertado, pues, de la conjura, se dirige hacia Zamora, en donde prende a García y lo encierra en el castillo de Gozón. Entre tanto, sus otros dos hijos y el conde castellano Muño o Munio Núñez, suegro de García, siguen conspirando contra el rey a sus espaldas a tal punto, que obligan a Alfonso a abdicar. Finalmente, Alfonso huye o se retira al pueblecito de Boiges, alejado por completo de la política. A pesar de todo, en 910 se le concedió realizar una última expedición contra el reino cordobés, la cual lleva a cabo, como casi siempre, victorioso; pero a la vuelta cae enfermo en Zamora y en diciembre de ese mismo año, el 20 de diciembre, expira allí mismo. Tal vez su alma se haya repartido entre tantos monasterios como construyó o reformó en todo el reino: San Pedro de Montes y Peñalba en el Birerzo, Sahagún en León, Távara y Moreruela en Zamora, Cardeña en Burgos… Con su muerte el reino sufre una transformación crucial: el eje principal de la política, ya muy deteriorado en Oveto, se traslada de forma oficial a la meseta leonesa, a cuya cabeza se sitúa García, mientras que sus hermanos se reparten como gobernadores de Gallaecia (Ordoño) y Asturias (Fruela). Dos años después de este reparto, el emir abd-Allah muere en Corduba. Es el fin de un período y el comienzo de una larga agonía que no tendrá término hasta finales del siglo XV: ochocientos años de guerra civil.
El rey astur-leonés Fruela II


                No obstante, el reino astur aún tendría un epílogo, un último gesto antes de entregar el trono a la vecina León. García, primogénito de Alfonso III y elevado al trono, establece la capital en León, dejando a sus hermanos el gobierno de Galicia y Asturias, como acabamos de ver, pero subordinados al naciente reino de León. Después de algo más de tres años de reinado, García I muere (914) sin descendencia, por el cual motivo es sucedido por su hermano Ordoño II, reuniendo bajo su mano todos los territorios que había poseído su padre, Alfonso III, a excepción de la Asturias de Fruela. En el año 914 Ordoño II muere, dejando huérfanos a sus hijos Alfonso, Ramiro y Sancho; sin embargo, quien asciende al solio no será ninguno de los hijos del soberano muerto, sino su hermano menor, Fruela. Así pues, se puede afirmar que durante un período corto de tiempo, algo más de un año, Fruela II aglutinó todo el reino bajo su poder como último rey asturiano. Tras su muerte en 825 la Monarquía pasaría a ser de forma definitiva Leonesa. Su breve reinado lo resume en unas pocas líneas el obispo Sampiro: En el año 924, muerto Ordoño, le sucedió en el reino su hermano Fruela. Por la brevedad del mismo no alcanzó ninguna victoria ni combatió a ningún enemigo, salvo a los hijos de Olmundo, a los que, según dicen, mandó matar siendo inocentes. También se dice que por castigo divino perdió pronto el reino, pues tras la muerte de los hermanos desterró, también sin culpa, al obispo Fruminio. Y así abreviado el tiempo de su reinado vino a morir enseguida por enfermedad, habiendo ocupado el trono un año y dos meses. Murió en agosto del año 825. De sus hijos, tres oficiales [Alfonso, Ramiro y Ordoño] y dos supuestos [Fortis y Eudon], fue Alfonso Froliaz, el mayor de todos ellos, quien le sucedió en el trono, pero al cabo de unos pocos meses fue apresado y cegado, junto con sus familiares, por su primo Ramiro, hijo de Ordoño II. Curiosamente este Alfonso Froilaz, si bien fue rey, no obtuvo el ordinal correspondiente, pues el conocido como Alfonso IV fue su primo, hermano de Ramiro II e hijo de Ordoño II. Pero, ésa es otra historia…
Santianes de Pravia

martes, 16 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El rey magno

               Ordoño I deja el trono a su hijo Alfonso, que será el tercero con este nombre. Las nunca terminadas intrigas palaciegas, heredadas de la corte visigoda, dan al traste con las primeras intenciones alfonsinas, pues el conde gallego Fruela Vermúdez, nombrado el Apóstata, se hace fuerte en la capital del reino, Oveto, y Alfonso se ve obligado a huir hacia Castilla para salvar la vida. Con él huyen los nobles Piniolo, Aldonza y algunos más, todos los cuales se refugian en las propiedades del conde Rodrigo. Desde ahí Alfonso organizsa un ejército con la nobleza que le era partidaria, sobre todo castellana; a los ya mencionados deberíamos añadir otros como Ordoño de Oca y Gonzalo de Burgos, por ejemplo. La recuperación del trono, sin embargo, se le pone muy cuesta arriba, pues Fruela Vermúdez parece ejercer como rey desde Oveto y busca la alianza del conde
Alfonso III "el Magno"
 vascón Eilo y sus dos hermanos. Alfonso divide, entonces, el ejército en dos: una parte se dirige hacia Asturias a las órdenes de Rodrigo y otra parte la conduce él mismo contra Eilo. La victoria le sonríe en los dos frentes; Eilo consigue escapar y se refugia en Asturica, de donde desaparece y nada más se sabrá de él. En Álava, no obstante, las cosas no acaban de calmarse. Una vez recuperado el trono, los vascones vuelven a intrigar contra Alfonso, quien se determina a poner fin a los recelosos nobles casándose con la princesa navarra Jimena. Son años confusos también en el bando musulmán, pues andan en disputas políticas y militares casi por todo el territorio. Alfonso III no deja pasar la oportunidad que le brindan estas disensiones y coloca al gallego Vímara Peres al mando de un cuerpo expedicionario, que llega a las puertas de Bracara Augusta (Braga) y la ocupa; luego, continúa hacia Portucale y también logra hacerse con ella. Entre tanto, el conde Odoario se establece en Aquae Folavia (Chaves), ampliando de este modo los límites del reino. Para consolidar estas nuevas conquistas y que no fueran una mera incursión soldadesca, como en tiempos anteriores, encarga a Odoario que repueble cuanto antes la zona comprendida entre los ríos Miño y Duero, de manera que este segundo río sirva como una especie de frontera o muralla natural ante los posibles ataques del emir cordobés. Pero Alfonso no es un rey magnánimo para con el enemigo: cuando se le rinda la plaza fuerte de Daubal, ejecutará a todos sus defensores sin piedad; hecho éste que contrasta con su devoción, seguramente interesada, hacia la religión cristiana, dado que en 869 dona la iglesia de Santa María de Tenciana (Tiñana) al presbítero Sisnando. Además, son constantes las donaciones hacia varias iglesias más, como la de Campus Stelae, casi ninguna en territorio de la actual Asturias.
Alfonso III
                Como refuerzo al pacto con la nobleza de tierras alejadas y con la clara intención de que no se soliviante contra él, empeñado en llevar la guerra más allá de donde lo habían hecho sus predecesores, el rey Magno casa su hermana Leodegunda con un príncipe del linaje Arista de Pompaelo. Aún va más lejos, pues en un acto más que le asegure el apoyo de todo el reino, confía a su recién nacido vástago Ordoño, su primogénito y futuro heredero a la corona, a los muladíes zaragozanos para que lo eduquen; de esta forma mantiene bajo sus miras, de una u otra forma, casi toda la franja al norte del río Duero. Desocupado, pues, por los asuntos de política interna, se lanza de nuevo hacia el exterior y en apenas un año llega hasta Emerita. Insiste, siguiendo a su padre Ordoño I, en repoblar el territorio al coste que fuere necesario, así que también se dedica a levantar monasterios, capillas, ermitas o cualquier construcción que atraiga habitantes; con este propósito erige en 872 Santa Comba de Bande y más tarde los monasterios de Sahagún y Samos, en Lugo, en donde se afanan en trabajar copistas religiosos. Entre sus actos piadosos de donaciones a la institución eclesiástica está el encargo de una cruz, hecha en el castillo de Gozón, para donar a la iglesia de Campus Stelae a imitación de la que había encargado Alfonso II para San Salvador.
Como ya venía siendo habitual, en el emirato re recrudecen las rebeliones. En Badajoz se subleva ibn-Marwan, y Alfonso no pierde tiempo en apoyar el movimiento. También envía algunos hombres en apoyo de otro insurreccionado, Saadun ib-Fath al-Sorambaki (876). Merced a estas alianzas las huestes asturianas, al mando de Hermenegildo, alcanzan en 877 u 878 las ciudades de Viseu y de Conimbriga (Coimbra), lo que le permite al rey astur dominar la zona del Vouga y el Mondego. Mientras fortalece estas posiciones, Alfonso trata de distraer la atención del emir Muhammad concertando una alianza con los Banu Qasi del Ebro, hecho que provoca una expedición musulmana, al mando del general Haxim, contra Legio y Asturica (878); pero es derrotada en Polvoraria, cerca de Benavente, en la confluencia de los ríos Órbigo y Ástura (Esla), siendo ratificada por otra derrota posterior en Valdemora, cerca de Carbajal, en León. Estas dos victorias le dejarán el paso franco para ocupar las plazas de Deza y Atienza, y para repoblar Dueñas, Suimancas (899) y Toro (900).
La Cruz de la Victoria
Tres años después de la campaña infructuosa de Haxim, Alfonso III conduce sus tropas más allá del río Tajo, hasta el monte Oxiferen, en Sierra Morena, ante la imposibilidad de que el emir pueda ponerle freno, ocupado como estaba desde hacía un año en sofocar la rebelión que en Malaca (Málaga) había llevado a cabo el muladí Omar ibn-Hafsun. Pero este año de 881 también es un año muy productivo desde el punto de vista cultural y artístico, amén de significar el punto de partida de la gran obra repobladora del rey Magno. Es el año de la restauración del monasterio visigótico ya mencionado de Santa Comba y de la capilla de San Ginés de Francelos. También comienza a prestar más atención a Oveto, cuyos nobles palaciegos sentían cierto malestar por el olvido en que el rey les tenía, así que Alfonso manda construir una muralla interior que rodee el conjunto áulico erigido por Alfonso II, al igual que amplía el número de edificios de la urbe: un palacio real, la iglesia de San Juan y una fuente pública que canaliza las aguas de un manantial para abastecer los barrios lindantes [se trata de la fuente de Foncalada, la única de todas estas construcciones que se ha conservado y en cuyo frente campea la cruz asturiana VEXILLVM REGIS). También éste es el año en que aparece la primera versión de la primera historiografía escrita durante la Monarquía Asturiana: la “Crónica albeldense”. Se desconoce el autor de la misma, en donde se narra la historia de los emperadores romanos, los reyes godos y los reyes asturianos; esta obra fue definitivamente revisada dos años después, años en que también aparece, concretamente en abril, la “Crónica profética”, en la que se da vía libre para asentar las bases de la Reconquista, pues en ella se alude a unas profecías de Ezequiel, según las cuales los musulmanes serán expulsados de la península por el rey Magno. La tercera obra de cierta importancia será la “Crónica de Alfonso III”, escrita después de este año y en la que se cuenta la historia desde el año 672 hasta 866; es decir, desde el reinado del visigodo Wamba hasta el asturiano Ordoño I, padre del rey Magno.
La fuente de Foncalada en Oviedo
El obispo de Oveto, Hermenegildo o Hermegildo debió de sentirse feliz cuando su rey trae de Corduba los restos del mártir Eulogio y los incorpora a los de Santa Leocadia en la Cámara Santa, la cual dedicará a San Miguel. Sin embargo, la obra culminante de Alfonso III está situada en el valle de Boides, en Valdediós, cerca de Villaviciosa; del complejo palatino que erigió allí, y al que el rey Magno se retiró en las postrimerías de su reinado, sólo se conserva la basílica de San Salvador, popularmente conocida como “el Conventín”. Otras obras de esta época Alfonsina son la abadía de San Adriano de Tuñón, consagrada en el año 891 junto al río Trueba; San Salvador de Priesca, próxima a Valdediós; Santiago de Gobiendes, en las estribaciones del Sueve, etc. Todas ellas muestran el influjo de los emigrantes mozárabes y muladíes venidos del sur de la península: se trata de un estilo fundamentado en un sincretismo del arte de Alfonso II y las ideas llegadas del exterior.
Entre tanto, el poderío del reino astur se hace notar en Corduba. El emir omeya, en vista de los graves problemas que surgían entre sus súbditos y el creciente empuje de Alfonso III, propone al rey Magno negociar la paz por vez primera desde Pelayo. El rey astur envía al presbítero Dulcidio a la capital del emirato para que se encargue del tratado y, aunque llegó a inquietar su larga ausencia, pues que en noviembre todavía no se sabía nada de él, la paz fue efectiva. Este pacto entre Corduba y Oveto resuena en los habitantes de la península, que ven al reino asturiano como una meta para iniciar una nueva vida. Aquel diminuto reino cristiano se había convertido en un reino poderoso y garantizador de prosperidad para los ciudadanos. La enorme afluencia de extranjeros permitió el repoblamiento de la zona desertizada al norte del Duero (Tierra de Campos). Al mismo tiempo, Alfonso se ve favorecido por las ideas que la iglesia va inculcando en la población: los reyes asturianos son los descendientes y continuadores de los reyes visigodos, y su misión es la de volver a apoderarse de todo el territorio peninsular, expulsando al infiel.
San Salvador de Valdediós, "el Conventín"
Mientras, el toledano Muhammad ibn-Lupp planea restituir en el solio de Caesaraugusta a la dinastía Banu Qasi, para lo cual pide ayuda a Alfonso; éste no sólo se la niega, sino que se le opone, reprochándole haber quebrantado un pacto que había hecho con su padre, Ordoño, al aliarse con el emir.
Después de largos años de estancia en la corte asturiana, ibn-Marwan decide regresar a Badajoz, si bien no se sabe con certeza el motivo, pues al poco de establecerse allí inicia las hostilidades contra el reino astur (884) sin renunciar a la guerra contra el emir cordobés Muhammad I, que fallece un año después, siendo sucedido por al-Mundhir, muerto al cabo de dos años y sucedido por Abd-Allah.

Aunque Alfonso prosigue con sus conquistas territoriales [ocupa Zamora en 893, gobernada hasta entonces por el berberisco Aben al-Kin], la Iglesia es punto referente, junto a la repoblación, de su política. Tal vez sea ése el motivo por el cual a la consagración de San Salvador de Valdediós en 893 asistieran nada menos que siete obispos. No obstante, la más destacada acción que el rey Magno haría en favor del cristianismo tuvo lugar el 6 de mayo de 899, cuando consagra la iglesia restaurada de Sant Yago de Campus Stelae, a la que durante los años que llevaba reinando había regalado trece donaciones. La propaganda que se hizo de este acto, así como de su importancia religiosa, supuso el espaldarazo definitivo como centro de peregrinación europea, lo que contribuyó en gran medida a la penetración en la península de las corrientes culturales, políticas, sociales y religiosas de todo el Occidente. El Camino de Santiago [mejor hablar de los Caminos de Santiago] tal vez fuera, junto a la idea de Reconquista, la operación de marketing más impresionante de la Monarquía Asturiana. Desde luego, supuso para Alfonso III el empuje final a su política de reafirmación del reino, cuya influencia no podía ya estar sometida, como le venía demostrando desde su llegada al trono, a la orografía norteña; de ahí que poco a poco fuera actuando con vistas a una zona más apropiada, lo que con el tiempo se convertiría en el reino de Castilla. Para que su labor no cayera en pozo sin fondo, tan pronto como su hijo Ordoño llegó a la edad madura, lo acercó a su lado y le encomendó diversas tareas políticas, como el gobierno de Gallaecia, y militares, como la expedición que le llevó hasta las puertas de Hispalis. 

sábado, 13 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: El principio del final

              Siguiendo las directrices en política exterior que sus predecesores en el trono habían llevado a cabo, Ordoño apoya cualquier sublevación contra Abd al-Rahman II en tierras del emirato. Así es como envía algunos destacamentos para socorrer a los muladíes de Emerita. Cuando en 852 muere el emir, el descontento general provoca un gran número de rebeliones: Tudela, Toletum, Emerita, Bobastro y la propia Corduba. Muhammad I, el nuevo gobernante, tiene que hacer frente a todas ellas, lo que intenta aprovechar Ordoño en su favor enviando un ejército bajo las órdenes del conde Gatón del Bierzo en ayuda de Toletum. Al encuentro de éste le sale al paso otro ejército musulmán cerca de Almonacid. En la batalla, que pasó a la historia como la de Guadacelete, las huestes de Ordoño sufren una sonada derrota.
Ordoño I
Escarmentado, el soberano astur se inclina hacia la política interior. En 856 intensifica el repoblamiento de Amaya, Tuy, Legio [a cuyo encargo quedó su propio hijo Alfonso, que más tarde se dirigiría a Orense con el mismo propósito] y Asturica, creando tanto en Legio como en Asturica sendos obispados. Precisamente fue en este año, según una leyenda local, cuando tiene su origen el pueblo lavianés de El Condado, cuya seña de identidad se remonta a la época de la dominación romana, pues se cree que los cimientos de un torreón defensivo reconstruido en varias ocasiones tiene entonces su origen; de esta época datan una casa-palacio y la leprosería de San Lázaro de Colmillera.
 En 858 ó 859 los normandos regresan a las costas hispanas y desembarcan en Guipúzcoa. Ante la poca resistencia que encuentran avaanzan hacia el interior hasta llega a Pompaelo, en donde apresan al conde García Íñiguez, liberado posteriormente después de pagar una fuerte suma por su rescate. Volviendo sobre sus pasos, se embarcan de nuevo hacia occidente y llegan a Gallaecia, en donde sus habitantes ya estaban sobre aviso y bien pertrechados, gracias a lo cual el conde Pedro no sólo les impide tomar tierra, sino que los expulsa de forma definitiva.
Santa Cristina de Lena
 Entre tantas acciones bélicas, Ordoño todavía tiene tiempo para mandar construir una ermita dedicada a Santa Cristina en el valle del río Lena, en un promontorio cercano al camino que conduce hacia el sur. Por su estilo ramiriense hay quien opina que fue durante el reinado de Ramiro cuando se erigió, aunque la opinión más generalizada lo sitúa bajo los auspicios de Ordoño. Lo que sí parece claro es que el arquitecto es el mismo, incluso no sería descabellado pensar en que fue Ramiro quien haya ordenado su construcción, siendo consagrado durante el reinado de Ordoño. En fin, aparte de este magnífico ejemplo de arte prerrománico asturiano, el reinado de Ordoño destaca por una batalla de gran trascendencia, pues marca lo que va a suponer el afianzamiento definitivo del pequeño reino cristiano. En 859 la familia de los Banu Qasi intenta sustraerse de toda la influencia cordobesa y asturiana, en cuyas posesiones se hallan ambos reinos muy interesados, pues suponían un importante punto estratégico para el dominio oriental de la península. Así pues, Banu Qasi Musa ibn-Musa, valí de Caesaraugusta, decide fortificar el castillo de Albelda de Iregua, en Logroño, cercano al desfiladero de Viguera. Sin perder tiempo Ordoño manda al conde García Íñiguez a que tome el castillo antes de que terminen las obras y sea imposible su asalto. El conde se apresura hacia Albelda y en el Monte Laturce se topa con las tropas de los Banu Qasi bajo el mando del muladí Musa II ibn-Fortun, señor de Tudela. El ejército de Ordoño consigue una victoria decisiva, identificada por algunos autores con la de Clavijo. Desde tan privilegiado puesto, el poder del rey asturiano se extiende hacia las plazas fuertes de Coria y Talamanca.
Representación de La batalla de Clavijo, por Conrado Giaquinto
Ordoño tampoco descuida uno de los puntos fuertes de su política: el repoblamiento de las zonas bajo su dominio. Así que encarece al conde Rodrigo de Castilla que amplíe las presuras hasta Amaya. Corre el año 860 y también hay que contentar al clero, por lo que dona al obispo de la reciente sede leonesa, Frominio, nada menos que la iglesia de Santa Eulalia de Ujo, la basílica de Santa María y la decanía en la que estaba el monasterio de San Martín, en la “villa Sauceta”. Al año siguiente concede prebendas al conde Fruela de Lucus Augusti, algo que también hará con el conde Gómez del alto Ebro cuatro años más tarde.
El rey Ordoño I

                Unas nuevas rebeliones de los Banu Qasi de Toletum y los Banu Marwan de Emerita, a quienes presta su poyo contra el poderío de Corduba, le permiten avanzar hasta Helmantica sin tropiezo alguno. Pero en 862 el emir envía una expedición contra Álava que consigue frenar el progresa cristiano. Al año siguiente otra aceifa desemboca en una estrepitosa derrota asturiana, aunque no lo fue tanto como la que en 865 hubo de soportar Ordoño; un gran ejército cordobés saquea las riberas del Ebro y el Bureba, recientemente repobladas, y a continuación divisa las tropas cristianas comandadas por el conde Rodrigo cerca de Miranda del Ebro. Ambos bandos se encuentran en el desfiladero de Morcuera y el descalabro fue tal, que casi contrarresta el éxito que Ordoño había obtenido seis años antes en Albelda. En 866, finalmente, las Parcas cortan el hilo de la vida de Ordoño I y sube al poder el Magno, Alfonso III, hijo de Ordoño y último rey de la Monarquía Asturiana. Hemos visto cómo el reino astur había nacido con Pelayo, cómo se cimentó con Alfonso I y cómo Alfonso II lo había consolidado; ahora le toca a Alfonso III convertir el pequeño reino cristiano en el gran oponente al emirato de Corduba. Tras él, el reino astur-leonés sonará en las cortes de todo el continente.

sábado, 6 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un breve paréntesis antes del final

              El año 842 verá la última lucha por el trono asturiano entre las dos facciones surgidas en tiempos de Alfonso I: por un lado, la rama descendiente de Pelayo y representada por Nepociano; por otro lado, la rama cántabra descendiente del duque Pedro y representada por Ramiro. Quien de los dos gane la contienda sentará las bases de la futura monarquía, ya sea la matrilínea para la asturiana o ya sea la patrilínea para la cántabra. Los dos bandos, a su vez, poseen su propio territorio favorable: los asturianos apoyan a Nepociano, mientras que los gallegos y vascones se inclinan por Ramiro. Así pues, éste, Ramiro, se dirige hacia Lucus Augusti (Lugo) y desde allí alista un ejército con el que enfrentarse a Nepociano. Tal acontecimiento tuvo lugar en el puente del río Narcea. Nepociano sufre un descalabro y huye hacia el interior con algunos de sus partidarios, entre ellos el conde Aldroito, su más fiel aliado. En Primorias, sin embargo, son atrapados por los condes  Escipión y Sonna, quienes los entregan a Ramiro; el castigo fue ejemplar y sin conmiseración, pues que los dos fueron cegados y encadenados de por vida. No obstante, aún quedaba otro grupo, el encabezado por el conde Piniolo, al frente de un grupo de vascones contrarios a Ramiro. No duraron mucho, sin embargo, y fueron derrotados de forma rápida y contundente. Ramiro, que no quería más levantamientos en el reino, ordena que Piniolo y sus siete hijos sean ajusticiados, como así se hizo.
Ramiro I de Asturias
                Sin más pérdida de tiempo el nuevo rey se empeña en apaciguar Asturias desde los cimientos. Durante los años en que fueron llegando emigrantes mozárabes y muladíes, la población se vio forzada a amoldarse al sistema visigodo de explotación, de ahí que proliferen los latifundios en manos de la nobleza y el clero. Los campesinos se vieron obligados a arrendar las tierras y a pasar de un estado libre a otro servil, arruinándose muchos de ellos y encontrándose sin trabajo algunos más. La única solución que encuentran es el bandolerismo, favorecido por la orografía peculiar de la región. Por otra parte, la religión cristiana no acaba de imponerse a los ritos paganos ancestrales y todo el reino abunda en prácticas mágicas y cultos con pervivencia indígena, celta y romana. Proliferan las brujas y  los alquimistas, venidos o no del extranjero, a los que se les considera instigadores de sectas. En vista de todo esto, Ramiro realiza un gran esfuerzo por erradicar los dos “males” del reino: el bandolerismo y la magia. Para ello no duda en llenar los calabozos con este tipo de gentes, incluso llegar a reprimir mediante hogueras algunas zonas descontentas con el abuso del poder, en donde arden las brujas.
El rey Ramiro I
                El rey, instalado cómodamente en el conjunto áulico que levantara su predecesor, Alfonso II el Casto, prefiere alejarse del casco urbano y ordena que se erija un palacio real sobre el promontorio del monte Naranco (842). Al año siguiente de iniciarse las obras de este palacio, comienza la tarea de renovación de una morada ya vetusta, sita en la antigua “villa romana” de Linio (Lillo), con la intención de dedicar dicho templo a Santa María. En relación a la guerra con el emirato cordobés, hay algunos estudiosos que mencionan una expedición musulmana en ese mismo año, aunque otros no mencionan ninguna hasta varios años después. El emir se hallaba ocupado en sofocar nuevas revueltas en su reino, pues la poderosa familia de Banu Qasi, dueña y señora de la zona del Ebro, menudeaba en sus conjuraciones contra las directrices de Corduba; según la conveniencia, a los Banu Qasi se les unía la familia de los Arista de Pompaelo, y entre los dos linajes causaban graves contratiempos a Abd al-Rahman II, por cuyo motivo el emir tenía descuidado el asunto astur.
Barco vikingo
                Un dato curioso: el reino asturiano no se vio librado de ataques del exterior, pero no llegaron, como era de prever, por tierra, sino por mar y por parte de un enemigo entonces no muy habitual en las costas hispanas, los normandos, también conocidos como vikingos. Fue en 844 cuando llegan a Jegione o Gigia, en cuyo desembarco hubieron de perder sesenta y dos naves. Con el poco botín que pudieron sacar de la rapiña, se hicieron a la mar con dirección occidente, llegando a las costas gallegas; desembarcaron en Farum Brecantium (la ría de Betanzos) con el mismo resultado que en Gigia. Descorazonados por su poca suerte, continúan el viaje rodeando las costas hasta alcanzar en agosto el puerto lisboeta, y desde allí se acercan al territorio musulmán, mucho más rico. Así que el emir se ve impelido a hacer frente a la escuadra normanda mientras al mismo tiempo guerrea con los Banu Qasi en la otra punta del reino. Los vikingos se dividen en dos: ochenta barcos remontan el río Betis o al-Wadil-Kabir (Guadalquivir), que en árabe significa “río grande”, hasta llegar a Hispalis (Sevilla), en tanto el resto pone dirección a Gadir o Gades (Cádiz).
                Por aquel tiempo es cuando algunas versiones sitúan la legendaria batalla de Clavijo; otras, en cambio, la retrasan a la época del rey Ordoño . Según dicha leyenda, Ramiro consigue vencer al ejército del emirato gracias a la intervención del apóstol Santiago, que habría aparecido entre las mesnadas cristianas montado en un caballo blanco y arremetiendo con su espada contra el infiel. Continúa la leyenda afirmando que fue gracias a aquella victoria que el rey asturiano anuló el “tributo de las cien doncellas” que, según esta versión, habría pactado Mauregato. Como agradecimiento a la intervención milagrosa del apóstol, Ramiro establece el Voto de Santiago, el cual consistía en un tributo anual y perpetuo de las primicias de la cosecha y de la vendimia.
San Miguel de Lillo
Ciñéndonos al dato histórico, Ramiro intensifica el repoblamiento de Legio con un asentamiento de cierta envergadura en 845, al amparo de las antiguas murallas romanas; mas no pudo acabar de afirmar tal colonización, porque al año siguiente Abd al-Rahman II envía un cuerpo expedicionario a la ciudad, cuyos habitantes huyen hacia el norte; quedaba Legio a merced de los soldados, que incendian las murallas, aunque sin llegar a destruirlas. Dos años más tarde (848) el emir enviará otra expedición más, pero esta vez contra Álava. Si por algo hay que destacar, empero, ese año no es por ninguna acción militar, sino desde la esfera artística. Es casi seguro que fue el año en que se consagrara el renovado edificio de la villa de Linio (Lillo). A punto de hacerlo, Ramiro muda la intención primera de consagrarlo a Santa María y en el cambio de opinión se queda con San Miguel [del original de este edificio apenas ha llegado hasta nosotros una tercera parte, dado que casi todo él se ha ido reformando en tiempos posteriores]. El 23 de junio de ese 848, según reza una inscripción del ara, se consagra también el palacio del bosque sagrado en el Naranco, cuya advocación, finalmente, fue para la Santa María que previamente sería la de Linio; allí en Santa María del Naranco, se supone que vivió Ramiro I el resto de sus días, que no habrían de ser ya muchos, junto a su esposa Paterna y su hijo Ordoño.
El Palacio Real de Santa María del Naranco
No creemos que en el año de su muerte, 850, a Ramiro le hayan podido llegar noticias de un árabe de nombre Yahya ibn al-Hakam, apodado Algacel, autor de la primera crónica de las peregrinaciones a Sant Yago del Campus Stelae (Santiago de Compostela), lo que viene a mostrar dos aspectos del reino astur: por un lado, el éxito que tuvo el Campus Stelae desde el principio; por otro lado, la analfabetización general del campesinado, de la aristocracia y de la realeza en los reinos cristianos, cuyos únicos baluartes se encontraban en los monasterios, si bien en éstos apenas se llevaba a cabo otra labor que la copista. En fin, en 850 moría Ramiro y subía al trono su hijo Ordoño, el primer rey de su nombre, y casado con Munia (homónima de la esposa de Fruela I). Acaba de llegar al solio cuando ya tiene que mediar entre los vascones, pues entre ellos hay quienes se le enfrentan. Para verse desembarazado de otros problemas de menor peligro encarga a Rodrigo, conde de Castilla, la defensa y el repoblamiento de sus posesiones, según consta en un documento de 850, en donde aparece la primera mención a "Castilla".

miércoles, 3 de julio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un rey para un reino

             Después de una incursión musulmana más sin trascendencia alguna, podríamos decir que 812 es el año en que dan comienzo las obras constructoras dentro de Oveto. En ese año y a unos ochocientos metros al norte del casco urbano de la capital, se ponen los cimientos de la iglesia de Santullano, consagrada dieciocho años después a los santos orientales Julián y Basilisa. Es más que probable que los encargados de las obras, arquitectos, pintores, escultores, ingenieros… hayan basado sus proyectos en ideas neogoticistas venidas de allende las fronteras, sobre todo mozárabes que van llegando al reino cristiano en grupos no muy numerosos, pero sí fluidos.
Alfonso II el Casto
                De toda aquella ingente tarea apenas nos ha llegado una muestra; de la basílica erigida en honor de San Salvador y Santa María nada queda, y sólo se conserva de forma fragmentaria la cabecera del templo de San Tirso y algunos restos del palacio real. Mención aparte merece la Cámara Santa, originariamente unida al palacio y que conservaba en su cripta los restos de Santa Leocadia, patrona de la iglesia de los Concilios de Toletum. En fin, la capital quedaba organizada de modo aproximado de la forma siguiente: la basílica de San Salvador se encontraba en donde hoy día se alza la catedral, situándose a su cabecera el monasterio de San Vicente; a la izquierda se vería el panteón real de Santa María del Rey Casto; a la derecha de San Salvador se alargaba en paralelo el palacio del rey con la Cámara Santa en su cabecera y, perpendicular a éste, las dependencias reales; desviada a la izquierda de todo este conjunto, la iglesia de San Pelayo y a la cabecera de ésta la iglesia de la Corte; al otro lado de la actual plaza de la catedral tendríamos la iglesia de San Tirso, de la que se conserva la cabecera y, en la esquina opuesta a ésta, la iglesia de la Santa Cruz. Para proteger todo este importante conjunto áulico Alfonso II mandó levantar una muralla que lo rodeara en su integridad y que sirviera de freno a posibles aceifas musulmanas, como las que habían realizado los hermanos al-Malik y al-Kerim a finales del siglo anterior.
La Camara Santa 
                Pero este nuevo entramado defensivo no podía evitar que el emirato cordobés pusiera en alerta al rey Casto con una nueva ofensiva. Un gran ejército se dirige hacia el norte con la intención de atacar Álava y Bardulias, zona que abarcaba la actual comarca riojana y sus alrededores. Merced a la alianza de Alfonso con Pompaelo, las fuerzas del monarca astur y las del gascón Velasco hacen frente común contra el enemigo sarraceno. La batalla de Orón, llamada Wadi-Arun por los árabes, en 816 causó estragos en los dos bandos: el número de bajas fue excesivamente elevado tanto por parte de los cristianos como de los musulmanes.. Si bien podría considerarse que la balanza se inclinó del lado de Alfonso y Velasco, no cabe la menor duda de que fue una victoria pírrica, cuyo único resultado real fue el de haber frenado el avance enemigo. Más lo debió de sentir el emir, pues al año siguiente, y ante su política un tanto vaga, el arrabal cordobés de Secunda se rebela contra la autoridad.
                Mientras tanto, Alfonso II el Casto se atrae los favores de los nobles gallegos y vascones mediante concesiones un tanto “sospechosas”, como las prebendas reales que concede a Aloite, conde de Campus Stelae (Compostela) en 818. En cuanto a la Iglesia, el rey insiste en tenerla mimada y al mismo tiempo ocupada en asuntos ajenos a la política, objetivo que consigue a medias. Posiblemente fuera ésa la finalidad del Concilio de Oveto en 821, a donde acude una pequeña embajada enviada por Carlomagno y que da a entender que el reino astur comenzaba a ser tenido en cuenta fuera del ámbito peninsular. Estas relaciones con el poderío franco abren la puerta para que Alfonso II adopte la moneda carolingia en sustitución de la empleada hasta entonces en el reino, consiguiendo reanimar la empobrecida economía. Además, Alfonso no interrumpe su política de pacto y aprovecha cualquier resquicio para fortalecerlos, como cuando los muladíes del Ebro se rebelan contra Corduba: Alfonso no duda en ofrecerles su apoyo, lo que provoca las iras del emir que en 823 envía otra expedición de castigo contra Álava, que le valdrá una nueva derrota. Poco después, son los muladíes y mozárabes de Emerita Augusta (Mérida) y Toletum los que se alzan en rebeldía, y también a éstos los apoya Alfonso II. Ante tal perspectiva, el entonces emir Abd al-Rahman II envía dos cuerpos de ejército contra Gallaecia, siendo vencidos ambos en 825: uno en Anceo, Pontevedra, y el otro en Narón, Lugo.
Monedas carolingias de plata
                A pesar de sus ocupaciones como general, el rey asturiano no descuida los deberes para con los actos píos y religiosos. Así, en 829 la iglesia que había ordenado erigir en Campus Stelae, en el lugar en que había aparecido el supuesto sepulcro de Santiago el Mayor, se beneficia de una importante donación fundacionaria, la primera de otras muchas que seguirán. La institución real, pues, está consolidada, al menos la figura de Alfonso II. La oposición se diluye y pierde fuerza. El rey Casto vence a los musulmanes en el campo de batalla y al mismo tiempo impulsa la economía maltrecha, engrandeciendo, a su vez, el reino con una capital embellecida con el paso de los años. Por el contrario, la figura legendaria de Bernardo de Carpio, representante de la rivalidad entre pro-alfonsinos y contra-alfonsinos, permanece silenciada. Tan sólo surgen rumores divulgados maledicentemente entre el campesinado, como el que apuntaba a que, ante la soltería de su rey, el pueblo murmurase que estaba casado en secreto con Berta, hermana de Carlomagno; otros rumores se dirigían a una relación incestuosa con su propia hermana Jimena. Tampoco faltaban chismes que relacionaban a Jimena con el conde de Saldaña, Sancho Díaz, de quien habría tenido un hijo, el tal Bernardo de Carpio, y que habrían entregado a unas “dueñas” para su cuidado, a quienes visitarían de vez en cuando los dos amantes. Así, tan pronto como Alfonso se habría enterado del asunto, pues se lo revelaría su primo Ordoño, que pretendía casarse con Jimena para acceder al trono, habría mandado recluir a su hermana en un convento y al conde encadenarlo en el castillo de Luna, al tiempo que habría prohijado al pequeño. En cuanto a Ordoño, su cadáver habría de aparecer una mañana en las inmediaciones de la basílica de San Julián.
Catálogo de los reyes cordobeses y asturianos
                Aparte de esta leyenda, nada de cierto hay en esta etapa del reino de Alfonso II que incite a pensar en oscuras maquinaciones contra su poder, pues la nobleza se sentiría lo suficientemente débil como para mantenerse a la espera de tiempos mejores. Su fama, la del rey, había llegado a tal punto que, cuando en 833 los muladíes emeritanos son sometidos por las fuerzas cordobesas, el rebelde Mahamud huye de la ciudad y se refugia en la corte ovetense. Después de conseguir someter las plazas sublevadas, Abd al-Rahman II reinicia sus ataques contra el reino del norte, así que en 838 envía una expedición contra Álava y Bardulias, y otra más contra Gallaecia. Al año siguiente vuelven los musulmanes a intentar debilitar a los cristianos, pero no sólo son derrotados, sino que incluso el mismo Alfonso II osa internarse en territorio hostil. En 840 es Abd al-Rahman en persona quien se adentra al frente de su ejército en las tierras galaicas, en donde es rechazado por las huestes de Alfonso. Nuevamente éste, el rey Casto, afrontará al año siguiente otra incursión musulmana encabezada por el hijo del emir, al-Mustarrif.
El Oviedo de Alfonso II

                El largo reinado de Alfonso II el Casto va llegando a su fin en 842, año en que entrega su alma a la Providencia. A su muerte deja un reino fuerte en todos los aspectos. Gallaecia, Asturica, Legio y Bardulias ya se hallan repobladas y fortificadas, Oveto se prepara para recibir sus últimos toques artísticos [que habrán de ser los más representativos, duraderos y admirados], Álava y Cantabria están plenamente integradas en el reino. Y a pesar de todo, el único problema que dejó sin resolver casi acaba destrozando toda su labor: había muerto sin descendencia, aunque había estado educando para sucederle a Ramiro, hijo del rey Vermudo; pero el fallecimiento del rey Casto le había cogido en Batrdulias, donde había acudido para asistir a la celebración de su propia unión marital, en segundas nupcias, con Paterna. Entre tanto, en Oveto la facción nobiliaria que se había mantenido agazapada bajo el yugo de Alfonso se levanta de golpe y nombra a Nepociano nuevo rey, del cual los relatos tradicionales dicen que se había casado  con Jimena, la supuesta hermana de Alfonso II, por el cual motivo reclamaba el cetro.

sábado, 29 de junio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un sueño hecho realidad (II)

La situación cautiva del rey Alfonso II, forzado a permanecer en el monasterio de Ablaña a causa de la conjura de la nobleza, crea ciertos problemas en la corte, lo cual, unido a la presión de Teuda y Adosinda para recuperar el trono, aboca todo a un triunfo sobre la facción opositora. Alfonso regresa del cautiverio y no hace más que retomar la posesión como jefe supremo, cuando ya tiene que repeler una nueva ofensiva musulmana en 805 y, casi sin respiro, una segunda al año siguiente. Entre medias se vuelca en asegurarse el trono. Una de las medidas más importantes es la de tomar al hijo mayor de Vermudo I, Ramiro, bajo su tutela con vistas a la futura sucesión; lo cual fue visto como un acto prepotente por sus detractores, encabezados por el noble Nepociano. A continuación, Alfonso busca un pretexto para realzar la figura real frente a la aristocracia, encontrándolo en la tradición visigoda, pues deja entrever que su linaje está entroncado con los reyes toledanos, lo que supondría una continuación de la monarquía visigoda a la que pocos osarían oponerse. Como una especie de confirmación, Alfonso se enfrasca en reconstruir la capital, Oveto, y convertirla en una especie de villa áulica, que suponga un reflejo de la Corte de Toledo.
Restos de la muralla construida por Alfonso II en Oviedo
                De este modo, el año 808 supone el de la consagración definitiva como rey absoluto. Reafirma la monarquía frente a la nobleza, cada vez más poderosa, apoyándose en el estamento clerical. Para sellar este pacto y ganar los favores monacales dona a la basílica de San Salvador la Cruz de los Ángeles, arquetipo de signo gamado, que evoca la Ciudad del Trono. Poco a poco lleva a cabo el proyecto de la nueva ciudad: manda levantar en el extrarradio la iglesia de San Julián de los Prados y un área residencial alternativa al palacio-sede oficial. Algo más lejos de Oveto encuentra un medio rústico entre desiertos de bosques apropiado para elegir una basílica dedicada a Santa María (Bendones) y, todavía más lejos, otra a San Pedro en Nora (Las Regueras). Aparte de esto, crea una sede episcopal en Oveto, traslada la sede bracarense a Lucus Augusti, restaura la sede de Iria Flavia e instaura el obispado de Valpuesta para la naciente Castilla. Por supuesto, todas estas reformas, incluida la de la propia Oveto, no las llevó a cabo en un año, sino a lo largo de treinta. De cuando en cuando tuvo que afrontar las insistentes aceifas que venían del sur, como la de 809, cuya respuesta fue la de lanzar una expedición ese mismo año contra las tierras sometidas al gobierno cordobés. Un año después al-Hakam persiste con otra aceifa con idéntico resultado a las anteriores: esfuerzo baldío el del emir.
La Cruz de los Ángeles

                Por entonces Alfonso necesitaba un “milagro”, pues entre tanto guerrear y tanto gasto como requerían sus empresas, la economía se resintió enormemente y el malestar social comenzaba a aflorar de un modo más pertinaz. La chispa que encendió la alarma fue la sustitución de la moneda de oro visigoda por la de plata carolingia para provocar una devaluación, la cual paliara un tanto el estado caótico de las arcas; pero el efecto conseguido fue el opuesto y la subida de los precios se dispara. El “milagro” que pedía llegó por donde menos pensaba, aunque al menos consiguió con ello desviar las miradas críticas. La leyenda lo cuenta aproximadamente de la siguiente forma: en 811 unos fieles de la congregación de la iglesia de San Félix de Lobio observan unas extrañas luces sobre el campo; era una revelación que les indicaba que por allí se encontraba el sepulcro del apóstol Santiago, aguardando a ser descubierto, tal como había preconizado años atrás Beato de Liébana. Durante tres días el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, indagó el lugar exacto de dicho sepulcro, al cabo del cual tiempo lo halló. Desde entonces el Campus Stelae (Compostela) fue consagrado al apóstol. Existe, empero, otra versión de los hechos, que cuenta Fernando García Cortázar y que dice así: En plena euforia de oposición al Islam, un acontecimiento singular da nuevos bríos y razones a la política del monarca. El 25 de julio del año 813 –así lo relata la tradición- un ermitaño asentado en los últimos confines del reino, aunque cercano a la recién restaurada sede gallega de Iria Flavia, comunica a su obispo Teodomiro la aparición de una estrella milagrosa en un bosque. Tras despejar el lugar quedó al descubierto un sepulcro, que los fieles atribuyen al apóstol Santiago y sus discípulos”.
Diversas rutas para realizar el Camino de Santiago

sábado, 22 de junio de 2013

REINO DE ASTURIAS: Un sueño hecho realidad (I)

               El diecisiete de septiembre del año 791 Alfonso, hijo de Fruela I y nieto de Alfonso I, es proclamado rey de las Asturias. La primera decisión que toma el nuevo monarca es trasladar la capital del reino desde Flavionavia hasta Oveto, lugar  en el que había nacido hacía veinticuatro años, fruto del enlace del entonces rey Fruela y su esposa Munia. Es el año en que Hixem I sufre un revés en su política, pues se producen algunas revueltas independentistas en su emirato, evento que aprovecha Alfonso II para anunciar al emir su propósito de anular el pago del tributo concertado por sus antecesores en el cargo. El rey Casto, como se apodó a Alfonso II, ha arrojado el guante e Hixem I lo recoge. No se demora en la acción y envía apresuradamente una expedición de castigo por tierras alavesas, aunque no dio el resultado positivo que buscaba. Ante esta coyuntura el cordobés se abstiene de nuevos enfrentamientos armados hasta no haber zanjado antes las insurrecciones en su propio territorio.
El rey Alfonso II
                En cuanto al conflicto religioso entre los partidarios del adopcionismo y sus detractores, Carlomagno promueve un concilio en Ratisbona (792) para dirimir tales disputas continuadas [habrá otros dos concilios en los años 794 y 799 en Francfourt y Aquyisgrán respectivamente, antes de que el adopcionismo acabe siendo condenado].
                Las incursiones musulmanas en territorio astur serán una constante, si bien sólo las primeras causarían grandes estragos en la moral cristiana. Una de estas aceifas fue la del año 794. Hixem I pone al frente de las tropas a Abd al-Melik ibn-Abd al-Wahid ibn-Mugeit, que parte desde Asturica en dirección a Gallaecia, mientras su hermano Abd al-Kerim conduce otro ejército hacia Álava. El primero de ellos entra en la región asturiana siguiendo la senda de la Mesa y llega hasta la reciente capital, Oveto. Alfonso II abandona el lugar con todos sus efectivos y se lo concede al musulmán, que se dedica a cobrarse el poco botín que quedaba allí, ante la cual decepción destruye parte de las edificaciones, entre ellas el templo que Fruela I había erigido a San Salvador, santo protector de Oveto. Una vez terminada la devastación, al-Melik retrocede con sus hombres rumbo al sur, ajeno a las asechanzas del rey Casto, que reorganiza las tropas en San Martín de Lodón y aguarda la retirada del enemigo para emboscarlo. Elige un terreno cenagoso conocido como Lutos, donde la caballería apenas si puede maniobrar y la infantería se ve abrumada por la hostil ciénaga. Allí infringe a al-Melik una derrota, cuyos ecos no tardaron en llegar a oídos de su hermano, quien no puede hacer más que preparar una nueva expedición para vengar la derrota.
Alfonso II
                En la primavera del año siguiente al dolo de Lutos, al-Kerim parte de Asturica decidido a apresar al rey astur. Los dos bandos se encuentran en Torrebarrio y el ejército de Alfonso cae estrepitosamente, aunque él consigue huir junto con una gran parte de sus hombres. Al-Kerim no se detiene, sino que envía como vanguardia a cuatro mil jinetes bajo el mando de Faradj ibn-Kinana, en tanto él avanza con el grueso del ejército. El rey Casto, por su parte, deja a la caballería, dirigida por Gadaxera, junto al río Quirós con el fin de retardar la llegada musulmana y poder ganar el suficiente tiempo como para organizar las defensas de Oveto junto a su inseparable Teuda. Cuando la avanzadilla de Kinana se topa con la caballería de Gadaxera, la arrasa por completo y captura al propio Gadaxera con tal rapidez, que a Alfonso no le queda otro remedio que guarecerse en una fortaleza entre Las Caldas y Godos a orillas del río Nailo (Nalón), el río Wad-Abalon de las crónicas árabes. Allí lo mantiene Kinana cercado a la espera de la llegada de al-Kerim con el resto de las huestes. Pero la constancia y un buen plan hacen que Alfonso logre escapar del asedio; Kinana le persigue implacable hasta Oveto, a donde acude en primer término Alfonso. Finalmente, el rey astur, comprendiendo que en nada le beneficia aguardar en la sede del reino la venida de al-Kerim, abandona el sitio y se refugia con el resto de sus hombres en Primorias; es decir, en las montañas del Auseva con su orografía intransitable que supone un escollo demasiado arduo para los soldados musulmanes. Al-Kerim, lo mismo que tantos otros ejércitos desde la época del romano Octavio Augusto, comprende lo inútil de persistir en la captura de los huidos y desiste de apresar al rey Alfonso y se conforma con convertir Oveto en ruinas. A finales de septiembre o principios de octubre al-Kerim regresa a Corduba.
                De estas dos campañas musulmanas Alfonso II aprendió una lección muy importante: el reino astur no podía enfrentarse solo al poderío del emirato cordobés; así que durante los siguientes años divide sus esfuerzos en dos direcciones: conseguir apoyos y reconstruir la capital. De este modo, ese mismo año de 795 envía una embajada al poderoso Carlomagno, aunque quien recibe al embajador no fue el emperador franco, sino su hijo Luis de Aquitania, en Tolosa. Por desgracia para Alfonso, al año siguiente muere Hixem I y su sucesor, al-Hakam I, enterado de los tratos en que andan Alfonso y Carlomagno, envía una expedición hacia la zona alavesa para procurar deshacer posibles pactos, además de bautizar su nuevo reinado con la ya acostumbrada aceifa contra los cristianos del norte. Coloca a su hombre de confianza, Amrus, al frente del ejército y el general llega victorioso hasta Osca (Huesca), punto estratégico desde donde se pueden controlar los movimientos de tropas atures. Sin embargo, Amrus no tiene oportunidad de abalanzarse sobre el reino Alfonsín, pues al-Hakam le ordena que vigile más bien las pretensiones del rey carolingio. Desde Osca Amrus se halla ocupado no sólo en cumplir las órdenes del emir, sino también en sofocar las revueltas que se producen en tierras vascas. No se encuentra menos ocioso al-Hakam, rodeado de intrigas palaciegas, en las que se ve envuelto cada día.
El emperador franco Carlomagno

                Las relaciones diplomáticas de Alfonso comienzan a dar sus frutos. Coloca a Pompaelo de su parte y en 797 envía una segunda embajada a Carlomagno. En esta ocasión es el rey franco en persona quien recibe en Herrstad al legado, el conde Fruela, quien le ofrece de parte del rey Casto una tienda de campaña. Estas negociaciones le permiten tener las manos libres para llevar a cabo correrías por campo musulmán y en 798 llega incluso a asaltar la ciudad de Olissipo u Ollarpo (Lisboa). A su regreso a Oveto vuelve a encargar al conde Fruela una tercera embajada a Carlomagno, en esta ocasión en compañía de Basilisco. Para mostrar que no era un reino debilitado, si bien pequeño, Fruela lleva ante el emperador a siete musulmanes y otros tantos mulos y lorigas, conseguido todo ello en el asalto a Olissipo. Como respuesta del rey franco, el obispo Jonás de Orleans visita Asturias se supone que por deseo de Carlomagno, y más tarde Gallaecia, donde se entrevista con el obispo de Iria Flavia (Padrón), Teodomiro. Todos estos contactos con el reino carolingio aumentaron la oposición a Alfonso dentro de su propia Corte. Su política de acercamiento a potencias extranjeras era mal vista por la nobleza reacia al linaje cántabro. Ya se habían opuesto, según hemos comprobado, a que fuera nombrado rey de Asturias, pero las circunstancias y el tiempo habían hecho que fracasaran. Ahora, en cambio, se habían procurado un gran número de partidarios y se salieron con la suya al recluir al rey Casto en el monasterio de Ablaña, en la comarca mierense (801). Con el rey fuera de juego, al-Hakam emprende una nueva aceifa contra Álava, pero acaba en fracaso; vuelve, no obstante, a intentarlo una vez más dos años después, pero fracasa de nuevo.